Idoia vivía en un caserío al final de la carretera de la estación: una casa con huerto junto al cementerio.
Idoia era La Container. Le gustaba romper nueces con el puño y descargar las bombonas de butano de dos en dos. Cuando tuvo que hacer la primera comunión se negó a tomar la hostia, porque no le dejaron vestirse de marinero.
No era tímida, y creció más o menos feliz hasta los dieciocho, cuando su padre y sus hermanos murieron en un accidente. Se quedó sola.
La Container heredó el negocio familiar, un bar y un caserío. Idoia se metía detrás de la barra en mangas de camisa, el pelo recogido con una cincha y… allá ellos. Porque para Idoia los parroquianos no eran clientes, eran amiguetes que venían a verla y a llenar las paredes de consignas políticas y marranadas.
De todos los amigos, Andrés era el preferido: llegaba, se le acercaba al oído y le decía en voz baja:”Idoia ,tócame la polla” y se morían de risa.
-Idoia, tengo una cosa para tí, si me llevas a tu casa te daré un poco -le dijo
Andrés una tarde.
-Dámelo aquí, ¡joder!.
-No, mujer, aquí no; cuando estemos solos.
Al cerrar el local fueron a su casa, un caserío grande, casi abandonado. El salón de la tele con la mesa del comedor y las sillas eran las mismas que cuando vivía su padre.
Andrés sacó un paquetillo de coca e hizo unas rayas.
-Ya verás que marcha; espera, espera que te haga efecto.-dijo Andrés hundiéndose en el sofá raído, de flores verdes.
Andrés cabalgó sobre Idoia a cámara lenta. Y a La Container le excitaba aquel muchacho llenó de acné y recién salido de la adolescencia.
Un día Andrés trajo un envoltorio y le dijo a Idoia que lo abriera:”Ábrelo”.
Ella desplegó el contenido: una braga de cuero negro, un chaleco del mismo material, dos cadenas,una fusta y varias insignias. Lo miró asombrada. Y Andrés le ordenó al oído:
-”¡Póntelo!”.
Ella obedeció.
-Vamos a jugar. Tu mandas y yo obedezco.
Desde entonces todas las noches subían al caserío.
Aquel chavalín la volvía loca. Le gustaba su culo, su cara lechosa, su mirar de oruga y le excitaban las palmadas y los pellizcos.
Cuando se vestían de cuero, el olor era como para el perro de Paulov el ruido de las barras, y se humedecía toda.
-Me gusta todo de ti menos una cosa -le dijo ella un día, mientras le colgaba de un travesaño de la puerta del trastrero.
-¿Qué cosa?-preguntó Andrés.
-Que te pases el día haciendo el vago. Demasiado tiempo para ligarte a otra.
-Si quieres ayúdame y trabajamos juntos.-Le dijo Andrés besándole un pezón.
Y la Container se metió en lo de la droga por amor; para evitar los celos. Y cuando Andrés le traía los paquetes, ella los escondía en la cuadra, en el huerto, en el vano, porque nunca estaba tranquila con el alijo en casa. Primero, era sólo droga; luego, pasaportes, pistolas, dinero, y más drogas. Un noche tuvo una idea: en el cementerio de al lado de casa había un panteón vacío, cogió al chico por el cinto y lo arrastró a visitarlo. Era un rectángulo de varios metros, con nichos a los lados, debajo de una losa de piedra caliza. Allí esconderían la droga.
-¿Y tú porqué conocías ésto?-le preguntó él.
-De niña jugaba aquí con mis hermanos. - y aprovechó la soledad del panteón para morderle el cuello y pedirle que la follara.
El sitio era perfecto. Bajaban la mercancía y se sentaban y fumaban porros.
-Túmbate, échate al suelo-le ordenó ella.
Sentirse vivos entre los muertos era una nueva vida; el ruido de la fusta sobre la piel, azotarle y ser azotada, arañarle la espalda.
-¿Te figuras?, si un día me mataras me podrías dejar aquí con los muertos, nadie se enteraría.-Le murmuró Andrés, maniatado.
-Te torturaré, pero te mantendré vivo. Vivo y caliente -cerraba los ojos y le apretaba el cuello.
-Cuando no puedas aguantar más pellízcame y yo te soltaré. Te apretaré hasta que grites - le atenazaba hasta dejarlo casi sin resuello.
Una mañana Andrés le dijo a Idoia que tenía que ausentarse por una temporada.
-Me voy lejos; son órdenes. El jefe me quiere en otro sitio, donde nadie me conozca. Tu guarda la mercancía hasta que alguien se ponga en contacto contigo. Sigue como si nada, igual que siempre.
-¡Qué cojones me importa a mi la mercancía!, yo estoy en esto por tí. Yo te quiero a ti aquí. Los paquetitos te los metes por los huevos.
-Cuando me haya establecido te escribiré. De momento no puedo, debo obedecer, pero pronto nos veremos, confía.
Ella le clavó los dientes en los labios y él le hizo un corte en el muslo como recuerdo.
Tres meses más tarde, un viernes por la mañana, apareció Amadeo, un joven, elegante, desgarbado, con gafas de titanio y camisa Ralph Lauren Polo. Acercándose al oído le dijo:”Idoia, tócame la polla”.Y dejó escapar una risita aflautada y falsa.
-¿Dónde está Andrés ? -Gritó La Container con unas ojeras perdidas en el fondo de la cara abotargada.
El joven, extendió las manos y encogió los hombros.
-Yo vengo a lo que vengo, y no sé nada. ¿Andrés?.¿Quién sabe donde?
-¿Qué quieres?-preguntó Idoia.
-Lo que tienes escondido. Me lo das, me lo llevo y sanseacabó.
Idoia le llevó hasta el panteón. Las zarzas gemían desde la tapia. Bajaron.
-Asi que no sabes nada de Andrés. Ni donde está, ni qué hace ahora.
-No preguntes. No se pregunta, si estás en esto ya sabes para que estás.¿O aún no te has enterao? Piensa con esta cebolla - y le dio con el dedo índice en la frente.
Idoia se acercó al nicho, cogió una pistola y encañonándolo le ordenó:”¡desnúdate!”
También ella se quitó el chandal y se quedó con el traje de cuero negro que Andrés le regalara.
-Bésame. Toma, escribe-le ofreció un carmín de labios y le obligó a escribir-escribe sobre mi cuerpo: Andrés te ama, Andrés te espera. Tírate al suelo. Asi no, de espaldas. Toma, por Andrés. –Le azotaba en las nalgas y las lágrimas le caían como lluvia caliente por la espada.
-Estas loca, joder, ¿qué haces? Yo no sé ni quién es ni si vive.
-¿Está muerto?¡Quién lo mató! Píntate los labios, más , y los ojos, píntate, píntate los ojos. Pídeme perdón, grita ; más fuerte. Pídeme perdón. Que te oigan los muertos. Cabrón. Toma, trágate la pistola.
-Joder, quítame la pistola de la cara. Si quieres que te folle, te follo bien, yo hago lo que quieras, dime. Quítame la pistola-y la llantina era un sonido de gaita en la niebla.
Idoia le apretó el cuello con los dedos-”Métemela”,- gritaba-”te voy a asfixiar. Cuando no puedas más te mataré. Escúpeme con fuerza”.
El joven le hincó las uñas en los pechos y llorando le pedía perdón.
-No gimas tanto.
Idoia miró los ojos pitarrosos del chico y sintió asco; apretó el gatillo y el cuerpo desnudo del joven cayó hacia un lado. Pero al golpear la piedra del suelo, Idota oyó que decía: “Río Tinto”.
Agitada, se secó la frente, se puso el chandal, cogió el saco con el alijo de entre las tablas y salió del panteón. Las zarzas se le agarraban al pantalón y al arrancarlas se pinchó un dedo. Fue al bar y con la sangre escribió en una de las paredes, “Andrés, te quiero”.
Sacó todo el dinero que tenía en la cuenta del banco y en la caja, y se marchó a Río Tinto. No sabía por qué, pero pensó que Andrés tenía que estar en Río Tinto. Obviamente no lo encontró; pero por si algún día aparecía, alquiló un piso y se quedó a vivir en la ciudad onubense.