El tenedor
Yo nunca sueño porque la realidad se me impone de tal manera que no me deja soñar.
Ayer, mientras mi mujer terminaba la comida, yo puse la mesa. Y, aunque trabajé muchos años en un hotel de lujo en Inglaterra, a veces pongo los cubiertos de forma incorrecta, es decir, que coloco la cuchara y el tenedor a la derecha del plato y el cuchillo lo dejo solo en la izquierda. Bueno, pues estaba esperando a que Lola me sirviera la comida cuando de reojo vi que el tenedor le daba pinchacitos a la cuchara.
Ya está la realidad haciendo de las suyas, pensé. Y volví la cara hacia otro lado para que el tenedor no me viera. Y poco a poco, el pelo pincho se acercó tanto a la cuchara que si no estoy allí se la pasa por la piedra. Acudí, por solidaridad en ayuda de la cuchara y como las cucharas no hablan pensé que la pobre no iba a poder desfogarse contándome sus penas.
Fui al grifo y la lavé con agua fresca, la sequé con un paño de lino y cuando la iba a meter en el cajón pensé: “una imagen vale más que mil palabras”. Así, pues, me miré en la parte cóncava de la cuchara para que ella me viera, pero la realidad me mostró una cara de melón que no quiero recordarla. Luego le di la vuelta y no me miré en la parte convexa porque podía ser peor. Finalmente la metí en el cajón de los cubiertos enredada entre todas sus colegas.
El tenedor seguía en su sitio, hirsuto, crispado. Si la cuchara es símbolo de la pobreza, el tenedor es símbolo de la carne desgarrada. Se dice, injustamente, que algunas personas viven a la sopa boba, pero eso es una incorrección del lenguaje, pues los que así viven se alimentan más de tenedor que de cuchara.
Pero volvamos a la realidad. Cogí el tenedor y comencé a frotarlo como hacía Uri Geller , y de pronto noté que con mis caricias se ponía tieso. Yo nunca he sido tenedofiflo, ni cuchillofilo ni nada de eso, así que lo metí debajo del grifo para ver si se calmaba, lo sequé y lo coloqué sobre la mesa con un diccionario encima, esperando que se aplacara por el efecto de las palabras.
Convencí a mi mujer para que comiéramos sin cubiertos, lo cual fue difícil porque ella es una soñadora y no se imagina la vida sin ciertos hábitos.
Cuando terminamos de comer volví a la cocina y vi el tenedor más plano, como si le hubiera convencido el diccionario; pero el diccionario estaba abierto de bruces en el suelo. Lo recogí y lo llevé a la balda donde las novelas de ficción viven en silencio.
4 comentarios:
Muy bonito y además muy divertido. No conocía esa faceta cómica pero me gusta mucho.
Eva
jajajajaja!!!
malditos cubiertos, es que ponerlos en la mesa y convertirse todo en una merienda de negros.
jajajajaja !!! menuda pelea sexual a la hora de comer...¡Que poco respeto!
¡¡Genial Joaquín!!
Pero... ¡¡ xD!! ¿cómo estás tú tan seguro de que entre tu tenedor y tu cuchara, no estaba comenzando un idilio, que de pronto tú truncaste, dándole una ducha -seguro que de agua fía- a la pobrecilla, a punto de que tu tenedor la estrechara entre sus brazos/dientes?
Joaquín, es que no tienes corazón ¡¡¡xD!!!
Te me vas ahora mismo, al cajón de los cubiertos, buscas a la parejita y me los pones bien juntitos...
¡¡me encantan los finales felices!!
Un besazo
Publicar un comentario