En el dentista
Cuando me senté en el sillón del dentista, me sudaban las manos. Respiré utilizando sólo los conductos nasales y parece que la estrategia hizo efecto porque al momento comencé a sentirme más relajado.
Me habían hecho un injerto de hueso en el maxilar superior y hoy iba a hacerme una revisión.
La enfermera era una chica pequeña que me recordaba a una amiga de adolescencia a la que llamábamos quince céntimos. Era redondita, con una cara que salía de detrás de una melena negra, recortada alrededor de la nuca. Sus ojos eran como dos pececitos verdes debajo del flequillo.
Me pidió que abriera la boca, y en ese momento volví a ponerme nervioso y la estrategia de concentración no surtía efecto. Tampoco podía respirar por la nariz y tuve que hacerlo por la boca.
Miraba a la enfermera y daba gracias a dios de que llevara una mascarilla pues yo, además de respirar descontroladamente, estaba a punto de echar un eructo.
Oí que dijo “abra más”. Y volvió a repetir “más, más, don Joaquín “ –era muy cariñosa.
Yo obedecí y abrí la boca más, más, como ella me pedía. Noté el pinchazo de la anestesia, varios pinchazos y a continuación la quince céntimos se separó de la silla y salió de la sala.
Cuando volvió ya no sentía ni los labios ni el paladar ni la lengua. Volvió a meter el instrumental en mi boca y a rascar con fuerza. Yo no estaba en condiciones de preguntar qué me hacía, pero ella susurraba:
–Muy bien , don Joaquín, está todo muy bien. Abra la boca un poco más. Le está quedando perfecto.
Y no sé si por la anestesia o porqué, me estaba quedando dormido.
-Abra un poco más, don.
Yo quería preguntar que porqué tenía que abrir tanto la boca. Pero, con los maxilares anestesiados, no sentía nada y obedecí sin más.
-Mire, don Joaquín, los dentistas venimos observando que ya hay muchas personas que están desarrollando este ligamento flexible que posibilita abrir la boca hasta que se pueda tragar cualquier cosa. Ocurre más en los hombres que en las mujeres; y como dice el doctor –se refería al dueño de la consulta, un reputado odontólogo, decano de la asociación carpetovetónica de estomatología al que llamaré X –este hecho se debe a una evolución repentina de la especie: el hombre moderno necesita unas grandes tragaderas para digerir todo lo que le echan y por razones desconocidas hay mucho varones que han desarrollado este ligamento al que el doctor X le llama “boa constrictor ligament” . Y nosotros, en esta clínica aprovechamos el momento de los injertos para precipitar la adaptación. Es como si le diéramos un empujoncito a la evolución de la especie.
Con la boca completamente abierta yo me tragaba todo lo que me decía aquella especie de bombón vestido de enfermera.
Y me imaginaba lo fácil que iba a ser en adelante cuando me hablaran de la presunción de inocencia, de la necesidad de bajar los impuestos sin afectar a los servicios sociales, de la diferencia entre anulación de matrimonio y divorcio o de lo buena que es Cristina Kichner. Porque esos asuntos antes de acudir a la clínica no me los tragaba; pero a partir de aquella intervención las cosas cambiarían radicalmente.
En eso, la quince céntimos puso las tetas cerca de mi boca. Yo creo que lo hizo sin querer, porque estaba embebida en el “boa constrictor ligament”, y la verdad es que no me pude aguantar y me la tragué.
A continuación caí en un profundo letargo, es decir que me quedé roque, y como dice el doctor X, es la fase necesaria para digerir lo deglutido. Y con la chica dentro de mí no sabía si era un sueño o efectos de la anestesia. Pero fuere lo que fuere, ya había empezado a experimentar lo fabuloso que era tener unas buenas tragaderas.
Cuando me senté en el sillón del dentista, me sudaban las manos. Respiré utilizando sólo los conductos nasales y parece que la estrategia hizo efecto porque al momento comencé a sentirme más relajado.
Me habían hecho un injerto de hueso en el maxilar superior y hoy iba a hacerme una revisión.
La enfermera era una chica pequeña que me recordaba a una amiga de adolescencia a la que llamábamos quince céntimos. Era redondita, con una cara que salía de detrás de una melena negra, recortada alrededor de la nuca. Sus ojos eran como dos pececitos verdes debajo del flequillo.
Me pidió que abriera la boca, y en ese momento volví a ponerme nervioso y la estrategia de concentración no surtía efecto. Tampoco podía respirar por la nariz y tuve que hacerlo por la boca.
Miraba a la enfermera y daba gracias a dios de que llevara una mascarilla pues yo, además de respirar descontroladamente, estaba a punto de echar un eructo.
Oí que dijo “abra más”. Y volvió a repetir “más, más, don Joaquín “ –era muy cariñosa.
Yo obedecí y abrí la boca más, más, como ella me pedía. Noté el pinchazo de la anestesia, varios pinchazos y a continuación la quince céntimos se separó de la silla y salió de la sala.
Cuando volvió ya no sentía ni los labios ni el paladar ni la lengua. Volvió a meter el instrumental en mi boca y a rascar con fuerza. Yo no estaba en condiciones de preguntar qué me hacía, pero ella susurraba:
–Muy bien , don Joaquín, está todo muy bien. Abra la boca un poco más. Le está quedando perfecto.
Y no sé si por la anestesia o porqué, me estaba quedando dormido.
-Abra un poco más, don.
Yo quería preguntar que porqué tenía que abrir tanto la boca. Pero, con los maxilares anestesiados, no sentía nada y obedecí sin más.
-Mire, don Joaquín, los dentistas venimos observando que ya hay muchas personas que están desarrollando este ligamento flexible que posibilita abrir la boca hasta que se pueda tragar cualquier cosa. Ocurre más en los hombres que en las mujeres; y como dice el doctor –se refería al dueño de la consulta, un reputado odontólogo, decano de la asociación carpetovetónica de estomatología al que llamaré X –este hecho se debe a una evolución repentina de la especie: el hombre moderno necesita unas grandes tragaderas para digerir todo lo que le echan y por razones desconocidas hay mucho varones que han desarrollado este ligamento al que el doctor X le llama “boa constrictor ligament” . Y nosotros, en esta clínica aprovechamos el momento de los injertos para precipitar la adaptación. Es como si le diéramos un empujoncito a la evolución de la especie.
Con la boca completamente abierta yo me tragaba todo lo que me decía aquella especie de bombón vestido de enfermera.
Y me imaginaba lo fácil que iba a ser en adelante cuando me hablaran de la presunción de inocencia, de la necesidad de bajar los impuestos sin afectar a los servicios sociales, de la diferencia entre anulación de matrimonio y divorcio o de lo buena que es Cristina Kichner. Porque esos asuntos antes de acudir a la clínica no me los tragaba; pero a partir de aquella intervención las cosas cambiarían radicalmente.
En eso, la quince céntimos puso las tetas cerca de mi boca. Yo creo que lo hizo sin querer, porque estaba embebida en el “boa constrictor ligament”, y la verdad es que no me pude aguantar y me la tragué.
A continuación caí en un profundo letargo, es decir que me quedé roque, y como dice el doctor X, es la fase necesaria para digerir lo deglutido. Y con la chica dentro de mí no sabía si era un sueño o efectos de la anestesia. Pero fuere lo que fuere, ya había empezado a experimentar lo fabuloso que era tener unas buenas tragaderas.
4 comentarios:
Me gustan tus reflexiones, y además me hacen pasar un ratito agradable y últimamente divertido, cosa que me viene muy bien. Gracias.
Eva
Me has tranquilizado un montón Joaquín, porque ahora ya se lo que pasa en este mundo.
Los políticos, los banqueros, y otros, tienen esas tragaderas de nacimiento y claro, por eso se ven obligados a enriquecerse a costa de los demás.
Hola Joaquin, saludos.
A lo largo de tu relato, se aprecia como pasaste de una situación angustiosa - ¡¡¡te comprendo perfectamente, yo odio y me aterroriza ir al dentista!!!- Al mayor de los placeres, soñando con quince céntimos...
Yo creo que te hizo más efecto ella, que la anestesia ...ja,ja,ja.
Sólo una duda... ¿quiere decir tu dentista que los hombres tragáis, "oséase" aguantáis más que las mujeres ?... so sé yo, que decirte...
Un besazo
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