No todo me ocurre en casa, pero últimamente mi relación con el entorno se ha convertido en un toma y daca del que yo salgo muy beneficiado, pues los objetos, que llamamos inanimados, en la realidad, son seres que ocupan un lugar de emoción en nuestras vidas y como tales están tan presentes en ella como por ejemplo el alma, a la que jamás hemos visto y hay personas que todas las noches rezan un rosario por ella.
Estaba solo en casa sin saber con quien hablar y, para satisfacer mi relación afectiva con el entorno, busqué algún objeto con el que entablar conversación. Lo primero que se me ocurrió fue abrir los armarios con el afán de encontrar algo a lo que dirigir mis opiniones o simplemente mi mirada. El motivo por el que rebusco en los armarios es porque armario viene de arma: lugar para guardar armas. Y las armas, fusiles, pistolas o cañones de artillería tienen un alma que está localizada en el interior del cañón. Por eso creo yo que los misterios de los armarios provienen de su alma etimológica.
Como estaba diciendo, en la búsqueda sólo encontraba vestidos de mi mujer, que no son propiamente objetos, sino prendas de vestir, y también zapatos. La verdad es que no me apetecía hablar con ellos, bastante arrastrada es la vida de uno mismo como para ponerse a oír la vida de los zapatos. Luego encontré un cajón con bragas y sujetadores, mucho más sugerentes, pero no era el momento; así que continué buscando hasta que di con un compartimiento de bolsos. Miré y los encontré sonrientes, ariscos, pendencieros, góticos, posmodernos. Todo según el rictus que ofrecía su embocadura, pues la abertura de los bolsos es muy diversa: algunos tienen su contorno forrado de cuero como si fuesen labios de silicona, otros la tienen con dos perlas de acero que se abrazan como un “piercing” en el centro de los labios y los hay que tienen como una solapa que los amordaza, tapándoles las boca. Cogí uno de éstos y le levanté la solapa para ver lo que había dentro. Acerqué los ojos. Pero como es lógico al acercar los ojos también acerqué los oídos y sentí una voz grave y lejana. “¡Toma, una garganta profunda!”, exclamé para mis adentros. Y seguí escuchando con atención.
El bolso me contó que ellos no son prendas para vestir a las señoras ni a los señores, son más bien complementos que se adaptan estéticamente a la vestimenta. Que guardan secretos íntimos: en agendas, en teléfonos móviles, en pañuelitos y, en las últimas décadas, condones. “Nosotros”, me contaba “podemos ser bellos, lujosos, joyas como las mismas joyas o baratos y estrafalarios. Los hay de cinco euros en los mercadillos y de cinco mil euros en las boutiques de moda. Podemos ser una pieza de regalo Louis Vuitton o una antigüedad de Porto Bello. Nos eligen como presente en San Valentín o para comprar voluntades. Como insinúa doña Barberá, todos los políticos reciben regalos y no cabe duda de que nosotros estamos en la primera línea".
Me acerqué a la garganta del bolso y casi metiéndole la lengua en su laringe le pregunté:
-¿ Y a ti quién te ha contado esto, la policía o el Bigotes?
Pero en lugar de escuchar una sonora carcajada, como yo esperaba, oí el ruido de un desagüe, y me quedé perplejo.
Estaba solo en casa sin saber con quien hablar y, para satisfacer mi relación afectiva con el entorno, busqué algún objeto con el que entablar conversación. Lo primero que se me ocurrió fue abrir los armarios con el afán de encontrar algo a lo que dirigir mis opiniones o simplemente mi mirada. El motivo por el que rebusco en los armarios es porque armario viene de arma: lugar para guardar armas. Y las armas, fusiles, pistolas o cañones de artillería tienen un alma que está localizada en el interior del cañón. Por eso creo yo que los misterios de los armarios provienen de su alma etimológica.
Como estaba diciendo, en la búsqueda sólo encontraba vestidos de mi mujer, que no son propiamente objetos, sino prendas de vestir, y también zapatos. La verdad es que no me apetecía hablar con ellos, bastante arrastrada es la vida de uno mismo como para ponerse a oír la vida de los zapatos. Luego encontré un cajón con bragas y sujetadores, mucho más sugerentes, pero no era el momento; así que continué buscando hasta que di con un compartimiento de bolsos. Miré y los encontré sonrientes, ariscos, pendencieros, góticos, posmodernos. Todo según el rictus que ofrecía su embocadura, pues la abertura de los bolsos es muy diversa: algunos tienen su contorno forrado de cuero como si fuesen labios de silicona, otros la tienen con dos perlas de acero que se abrazan como un “piercing” en el centro de los labios y los hay que tienen como una solapa que los amordaza, tapándoles las boca. Cogí uno de éstos y le levanté la solapa para ver lo que había dentro. Acerqué los ojos. Pero como es lógico al acercar los ojos también acerqué los oídos y sentí una voz grave y lejana. “¡Toma, una garganta profunda!”, exclamé para mis adentros. Y seguí escuchando con atención.
El bolso me contó que ellos no son prendas para vestir a las señoras ni a los señores, son más bien complementos que se adaptan estéticamente a la vestimenta. Que guardan secretos íntimos: en agendas, en teléfonos móviles, en pañuelitos y, en las últimas décadas, condones. “Nosotros”, me contaba “podemos ser bellos, lujosos, joyas como las mismas joyas o baratos y estrafalarios. Los hay de cinco euros en los mercadillos y de cinco mil euros en las boutiques de moda. Podemos ser una pieza de regalo Louis Vuitton o una antigüedad de Porto Bello. Nos eligen como presente en San Valentín o para comprar voluntades. Como insinúa doña Barberá, todos los políticos reciben regalos y no cabe duda de que nosotros estamos en la primera línea".
Me acerqué a la garganta del bolso y casi metiéndole la lengua en su laringe le pregunté:
-¿ Y a ti quién te ha contado esto, la policía o el Bigotes?
Pero en lugar de escuchar una sonora carcajada, como yo esperaba, oí el ruido de un desagüe, y me quedé perplejo.
3 comentarios:
Saludos Joaquin.
¡¡Hola Joaquín!!
Desde luego, tú no te aburres en absoluto cuando te quedas solito en casa ¿eh?
Tu despliegue imaginativo, entablando conversaciones con un bolso, al estilo JFK, me encanta porque veo que en esto no parecemos un montón.
Un besazo
La próxima vez pregúntale quien se ha ido por el desagüe, a ver si tenemos suerte y se ha caído alguno de los regalados, no caerá esa breva.
Muy gráfico.
Ya no echo de menos los artículos del Millas.
Eva
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