Era uno de esos días luminosos del año, primeras horas de la tarde, cuando las madres esperan a la salida de los colegios, los jubilados salen en parejas a dar una vuelta antes de cenar y por unas horas la ciudad se llena de encanto.
Mi mujer y yo bajábamos por la calle del Pilar y al llegar al cruce con San Clemente vimos unas parejas de jóvenes disfrazados de rumberos y bailoteando sobre la acera. Pensamos que sería una comparsa de carnaval, pues en Santa Cruz, aunque no sea época de carnavales no es raro ver , a veces, comparsas de jóvenes que ensayan sus números durante el año. Es una forma de socializar, de pasar las tardes y con frecuencia se trasladan a las fiestas de algún pueblo para animar el baile de la plaza y cobrar unos euros que les sirvan para comprar los futuros disfraces.
Si algo caracteriza a los tinerfeños es su afición al baile, a la fiesta y al disfraz.
Lola y yo decidimos ir a tomar un refresco a la terraza del parque García Sanabria. Sentados en los veladores, uno puede ver las palmeras, los bambúes, los tuliperos del Gabón, las jacarandas, los flamboyanes y alguna magnolia espléndida. Los críos jugaban y lanzaban gritos de alegría correteando por el recinto infantil al otro lado del reloj floral. Mi mujer pidió dos cervezas y unas aceitunas que el camarero trajo al instante. Todo parecía florido y sonriente aquella tarde que no recuerdo si era de abril o de mayo, porque al poco de estar sentados en la terraza comenzaron a pasar unas sevillanas por la acera de la Clínica Parque. Lola me tocó el brazo y me pidió que me girara para ver las sevillanas. Pero no hizo falta porque justo por la acera cercana a nuestro velador pasó un bolero con una rumba cogidos de la mano. Como no habíamos visto jamás ritmos de música popular andar en pareja por la calle nos quedamos, ¿cómo diría yo?, estupefactos. Pero la tarde fue deslizándose de sorpresa en sorpresa y enseguida vimos un mambo del brazo de una cumbia, un cha-cha-cha con un merengue, guarachas, vallenatos, danzones. Todos los ritmos caribeños que pueda uno imaginar bajaban por la calle Méndez Núñez en dirección a la plaza Militar. Todos los ritmos adornados de volantes, colores luminosos, lunares, collares, flores, maracas y tambores.
Ante un desfile tan irreal, porque en la vida real los ritmos no van solos por la calle. Es, podríamos decir, como si el ritmo fuera dentro de las personas, pero en esta ocasión, no sé si por que era una tarde especial, uno de esos días luminosos de los que hablé al principio, o por lo que fuera, el caso es que los ritmos andaban fuera de los cuerpos, es decir solos.
Antes de llegar a la Plaza Militar, en la misma calle Méndez Núñez está el Ayuntamiento de la ciudad. Pues bien, parece que todos se dirigían a este lugar, y junto con todos los ritmos que se habían concentrado había cantidad de curiosos, entre ellos, ahora, mi mujer y yo.
La escena era muy festiva y tenía un tinte milagroso, pues los ritmos no eran corpóreos y si tuviera que describirlos no sabría que decir; a lo sumo podría silbarlos.
De pronto algo me llamó la atención: llegaron al lugar cinco o seis trajes, trajes de gran calidad, no se veían las marcas comerciales, pero sí sus telas: lana fría auténtica, estambre y seda, hilo, cachemira. En fin, trajes de pijos.
Los trajes se pusieron a bailar como si tuvieran un cuerpo dentro y bailaban estupendamente, bailaban y miraban a la gente con gesto desafiante, pero la gente pasaba de los trajes. Era como si los trajes no estuvieran allí. Sólo algunos nos dimos cuenta de su presencia. Y de repente apareció un juez, gordito, con cara de niño, pero con una determinación judicial en sus actos que no daba lugar a dudas: era un juez con su policía judicial al lado y un secretario apolillado sacado de la oficina de la audiencia. Se acercó a los trajes y les rebuscó los bolsillos. Estaban llenos de billetes de quinientos, de comprobantes de caja de las Islas Caimán, de la Isla de Man y de otros paraísos fiscales. Pero la gente, que hasta aquel momento no parecía enterarse de la presencia de los trajes bailantes, empezó a decirle al juez que dejara en paz a los trajes, que a ellos, es decir al público que miraba a los trajes, lo que le gustaba sobre todo era la música. Y es verdad, a la gente de Santa Cruz, gente de pueblo, gente normal y corriente, no te vayas a creer, gente como tú y como yo, no le interesa mucho lo que llevan los trajes dentro de sus bolsillos, eso son cosas privadas de cada cual, y además éste no era un momento para que un juez llegase y jodiera la fiesta. De eso nada: comenzaron a acompañar a los trajes con ritmos de palmas y los trajes bailaban como locos. Pero el clímax se alcanzó cuando por el balcón del ayuntamiento apareció un “bandolión” y comenzaron a llegar milongas y tangos en pareja. Las milongas estaban desbocadas, como se sabe no son tan melancólicas como los tangos y al pueblo llano, aunque no lleve ni un duro en el bolsillo, le encantan las milongas.
Así pues, vimos al juez que se sentó en un banco de la plaza y esperó a que terminara la fiesta. Y lo hizo por dos razones: primera, porque en aquel momento acababa de ponerse en huelga; segunda, porque los jueces nunca tienen prisa y tercera, porque como se suele decir: ni el dinero ni la querida se pueden esconder.
4 comentarios:
¡Yo creo que estuve allí y lo vi todo!
Un gran desfile por todo el centro, con colores caleidoscópicos que se reflejaban en los ojos del señor Juez que no comprendía el desordenado afán del personal, por yacer con hembra o fisgar desde sus bancos el jolgorio de la tarde...¡Pobre hombre! flanqueado por sus adlateres, mirando fijamente como los trajes se le escurrian entre la multitud...para perderse en el fondo del paseo...¡Yo estuve allí y lo vi!.
Que bien suena esa fiesta!! bailar, sentirse importante, guapo. Reirse con la complicidad que sólo dan los amigos, decir burradas,que bonito es desbarrar... y que pena las resacas.
Tardías, lentas pero siempre vigilantes, resacas "garzonas".
Con lo bonito que es bailar con el pueblo, que te saluden, invitarles copas y Camp-ar a tus anchas.
:)
¡¡Otra preciosidad de las tuyas!!
Siento, la ausencia... Me pondré al día, te lo prometo ;-)
Lola y Tú testigos del desmadre callejero, mientras los jueces dormitan...¡¡a saber donde, por qué y de qué manera!!...
¡¡Quizá en las Islas Caimán!!
Muchos besos, Joaquín.
(¿Ojo y mandívula bien, ya?)
Me hubiera encantado verlo, y bailar toda la noche.
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