29 de abril de 2010

LOS CARACOLES




Herminia, recién casada, llegó al pueblo de la mano de su marido Eusebio, quien trabajaba en uno de los hoteles de la costa sur de la isla. Su aparición fue una sorpresa para los vecinos de aquella pequeña localidad, pues Eusebio era un tipo taciturno y pusilánime al que sólo se podía imaginar tumbado en una cama mirando a las musarañas. Pero se casó, y lo hizo con una mujer apetecible, de grandes pechos, muy resuelta, que tan pronto como tuvo mando en plaza se hizo cargo del timón familiar.
Él siguió trabajando en el hotel, pero Herminia le sorbió el seso. Herminia, decía; Herminia, soñaba; Herminia… Le parecía mentira que su vida hubiera cambiado tanto después de la boda. Una boda arreglada por su tía, como no podía ser de otra forma.
Herminia no perdió el tiempo: enseguida montó una tienda de “souvenires”. Aprovechando la destreza que había adquirido montando los belenes de la parroquia de su pueblo, comenzó a crear piezas artesanales: cajas con caracolas y espejos con marcos de conchas de mar, pisapapeles de piedra volcánica, ceniceros de cristal con vistas del paseo marítimo, tapetes bordados con el nombre del pueblo. Su tienda se convirtió en paso obligado para los turistas.
A pesar de la pusilanimidad de Eusebio, al año de casados la mujer se quedó embarazada y dio a luz a una hermosa niña a la que llamaron Julita.
La dedicación y el entusiasmo por darle una buena educación cristiana se hicieron evidentes desde el primer día. Herminia celebró el bautizo y aprovechó la ocasión para integrarse en la colectividad invitando a los vecinos, incluido el cura, don Luis, a un desayuno de chocolate y rosquetes de anís que confeccionó ella misma.
Pronto organizó comisiones de fiestas, procesiones, cabalgata de reyes, alfombras del Corpus y, un día a la semana, se cuidaba del ornamento de la iglesia.
En casa, bendecían la mesa antes de las comidas y rezaban con la niña al irse a dormir.
Julita crecía entre mimos y oraciones. Su madre le cosía una ropa preciosa, la llevaba a misa todos los domingos y fiestas de guardar, y cuando llegó el momento de la primera comunión su vestido de organdí fue la admiración de todas las madres.
Julita era una niña muy graciosa y obediente, pero en la escuela nunca pasó del aprobado raspado y cuando acabó la primaria le dijo a su madre que no quería seguir estudiando.
-No comprendo esta tozudez; tiene la buena memoria de su padre y a mí me hubiera encantado que fuera a la universidad. Le damos todo y cuanto más se le da menos hace. –Protestaba su madre.
Las vecinas la veían segura de sí misma como la madre y atolondrada como el padre. Es decir un cóctel que mezclaba lo peor de las dos naturalezas. Y a los dieciséis años cuando se quedó embarazada. La gente pensó que algún sinvergüenza la había engañado. Pero no, el chico que la dejó embarazada era otro crío de su misma edad y con los mismos anhelos. Nada.
Herminia la obligó a casarse, le dio trabajo en la tienda y al novio lo metieron en el hotel con Eusebio. El trabajo de casa se multiplicó y ahora Herminia no tenía tiempo para las artesanías, pero su devoción cristiana y los consejos del cura don Luis le invitaban a aceptar con resignación lo que llegara.
Y con Soraya, así se llamó la nieta, le llegó la emoción de ser abuela.
La vida de Soraya iba a ser algo distinta a la de Julita. Más disciplinada. Tendría que ayudar a su abuela en la tienda, cosería y pondría la mesa o lavaría los platos de la comida.
-Esta vez ni mimos en exceso ni tanta tolerancia –pensaba Herminia.
Mientras, Julita se divertía todo lo que podía, salía al baile con su marido y cuando él trabajaba, se iba con las amigas. La disciplina no iba con ella.
-Eso no son formas para una madre joven –se quejaba Herminia sin sospechar que lo peor estaba por llegar : una noche Julita no apareció por casa. La madre esperó dando vueltas por el pasillo arrancándose los pelos. A las cinco de la mañana se acercó a la habitación de Roque, el marido de Julita: el joven abrió un ojo, preguntó qué pasaba y se volvió a dormir. La suegra golpeó con los puños las puertas y las paredes, invocó las nombres de su marido y su yerno para que se hicieran cargo de lo que estaba pasando.
-Llama a la policía, llama a sus amigas, llama a alguien, pero llama. No es posible que tu mujer no haya llegado a casa y tú… Y tu, -Eusebio se sobresaltó – qué vas a hacer; es tu hija.
Llamaron a Charito, una de las amigas. Les dijo que la había dejado en la Sala Poster con Juancho.
-Pero eso fue a las once de la noche.
La policía rebuscó por todos los alrededores del pueblito, preguntaron a toda la gente, y nada. Ni Julita ni Juancho aparecían. Y casi a la veinticuatro horas llamó desde Las Palmas para decir que se había ido a vivir con Juancho, que iba a trabajar en un restaurante y que estaba muy enamorada.
-“¿Y Soraya, qué? “, - la madre lanzó la pregunta como un zapato a la cabeza.
-En cuanto tenga todo arreglado pasaré a cogerla.
-¿Y tu marido, y nosotros…? ,- Pero Julita ya había colgado.
El yerno tuvo que salir de la casa, y Herminia se quedó con la nieta como si fuera su hija.
La ropa de Juanita se la puso a Soraya, comulgó con el mismo vestido de organdí, la peinaba con las dos trenzas y el flequillo, le planchó las batas de percal con las que iba a la escuela y se hizo la ilusión de que volvía a tener la hija que se había escapado. Pero la realidad se llamaba Soraya, que además era igual de mala estudiante que su madre y que para colmo cuando alcanzó la edad de dieciséis años se quedó embarazada. Pero esta vez en cuanto dio a luz le dejó la hija a su abuela y se fue a vivir a Lanzarote como pareja de hecho.
Don Luis, el cura, le habló a Herminia de Job. Pero ella no comprendía como comulgando a diario Dios la emprendía con ella.
- Reza, hija, y un día volverán las dos como las ovejas de la parábola-.
El negocio marchaba solo, ahora los souvenires los hacían las presas de la cárcel de la Esperanza. Petra, la cubana, los traía a la tienda. Y pronto Herminia se dio cuenta de que esta mujer de culo ancho y pelo ensortijado podía ser su salvación.
-Petra, quédate conmigo y cuidarás de la cría. Yo ya no estoy para estos trotes; si sigo así duraré poco, y quiero ver a la niña crecida.
Tanto insistir, la cubana se quedó a trabajar en la casa. Se ocupó de la biznieta a la que bañaba, vestía y jugaba con ella. Cocinaba platos criollos, tortas de carne hilada, pasteles de alma y una vez a la semana limpiaba el suelo con zotal para ahuyentar las cucarachas.
En su habitación, que daba a un patio lleno de helechos y buganvillas, montó una especie de altar con figurillas de Yemaya, de Ochun, velas, flores de plástico, rosarios de semillas, fotos de su familia cubana, y una bandeja donde echaba los caracoles.
-Yo soy creyente de la religión afrocubana, señora, y si un día me deja le echaré los caracoles. Los caracoles hablan, adivinan el provenir y el pasado.
Herminia se olvidó del Dios de los cristianos y comenzó a interesarse por los yorubas. Y mientras Eusebio bajaba a vigilar la tienda, Herminia pasaba las tardes con Petra, charlando y recordando.
-Señora, ya se lo he dicho mil veintiuna veces, podemos pedir a Yemayá que nos traiga a las niñas. Usted no tiene que olvidar su fe, pero por mucha cosecha nunca es mal año.
Si los caracoles quedan boca arriba quiere decir que van a venir pronto.
Y un día todos los caracoles quedaron boca arriba en la parte superior de la bandeja. Petra dio un salto de alegría y se abrazaron.
-Ya está, señora, ya está. Pronto tendrá a las niñas alrededor, ya usted verá.
A los pocos días llegaron la hija y la nieta; una por la mañana y otra por la tarde. Ellas decían que no se habían puesto de acuerdo, pero Petra y Herminia supieron que habían sido los caracoles.
Yemayá trajo el perdón y durante una semana lloraron todas juntas, mientras Eusebio cuidaba la tienda y hacía caja por las noches.
Herminia dudaba de tanta felicidad, pues la idea de que cuando cumpliera dieciséis años la biznieta se que podía quedar embarazada y dejarles plantadas con su tataranieta, la desesperaba.
Tenía casi cien años cuando una corriente de aire la puso al filo de la muerte. Llamó a Petra.
–Mira, a ver qué dicen tus caracoles, porque creo que me voy a morir. Llama al médico y a don Pablo, el notario, porque quiero ordenar las cosas antes de irme.
Antes que el doctor llegó el notario y haciéndole un gesto para que se acercara a la cabecera de la cama le susurró al oído:
-Quiero que Petra herede en usufructo todos mis bienes. Ella es más buena que nadie.
-¿Y cuando ella falte? –preguntó don Pablo.
- Qué haga lo que digan los caracoles.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Esero que no me prives 2 meses de tus cuentos.
Me encanta como siempre.
Eva

María dijo...

Querido Joaquín,

pues los caracoles dicen que como ha Evita, me encantan tus historias y también dicen que por favor en cuanto tengas unos minutos, no dejes de dejarme en el blog tu impresión ( si fuera una pequeña historia sería fantástico de lo que te evoque cualquiera de los temas que allí están colgados) Verás es que la gente se ha inspirado tanto, que he pensado hacer un entrada con los mejores comentarios, sé que el tuyo será de los más inspirados, así es que por favor, no me falles, cuento contigo ¿OK? ;-)

Y a la pobre Herminia, a poder ser que al menos la biznieta le salga formal y no le endilgue otra chiquitina ¿qué crees que decidirán los caracoles?


Muchos besos y mil gracias Joaquín.

Kim Basinguer dijo...

jajaja...me ha encantado.

JOAKO dijo...

Bonito cuento, rastreo a García Márquez, incluso a Vazquez-Figueroa, pero creo que has creado una saga en un espacio record, una sga de mujeres (con permiso de I. Allende)muy interesante, me gustaría con un poco más de picante,las discolas más malas y el castigo ultratumba más duro, recuerda que al final la única mujer fuetrte de la saga debería imponerse de algún modo. Lo de "atolondrado" como calificativo del marido en la hija me ha extrañado, puesto que un "taciturno pusilanime" me parece en la antipodas de atolondramiento, tal vez querias decir "atontamiento, ensimismamiento, o algo parecido".
Perdona esta critica que te hago, pretende ser constructiva, pero es que el lenguaje escrito tiene el defecto de sonar muy duro.
Me ha gustado mucho el cuento, creo que tiene posibilidades de extenderse y ser algo más. Un abrazo