28 de noviembre de 2011

Fin de año

Por fin llegó el día 365
Qué me miras
Se acabó
Eso dije
Y nada más
Pero siguen otros días
La gente está llena de tiendas
Tres semanas de nubes
Y un bizcocho de vergüenza
¿Quien quiere más?
Mira la calle mira las infinitas luces
Todo se llena de Endesas
Y nadie se electriza
Somos insensibles a los neutrones
A los protones
A los neutrocitos
Y es natural solo amamos
Lo que conocemos
Conóceme a mi mismo
Y te prometo un turrón de yema
O un paseo del brazo por la Gran Vía
Y te juro que antes de que llegue
La cuesta de enero
Pienso huir a Egipto
Con algo recién nacido
Entre gritos y golpes de deseo

Poema y despedida

Dentro de pocos días me voy a Brasil a celebrar la boda de mi hijo, estaré ausente.
A continuación un poema que escribí en mi visita al Hierro


Expectativa de fuego
Hay un pájaro de nombre para mi desconocido
ojos de peces muertos
saltan
espumas de olas
fétida ilusión del agua
al apagar el fuego
útero hirviente
husmean los perros perdidos en la playa
vibra hasta alcanzar silencio
la campa
y esperan
los dueños a la puerta,
esperan los turistas
fumarolas
sucia de besos azules la distancia.

24 de noviembre de 2011

En El Hierro



la iglesia respira
en su interior de penumbras
las casas callan
detrás de los cristales
el sol
en el altar silencioso
el golfo es fuego
allá en Frontera
las hojas
verdes aflechadas
abrazándose se besan
los cielos
copula la mar abierta
con aguas de turquesa
calma dice el aire
y las flores
viven detrás de las cortinas
no lloran
y los perros husmean
vuelan gorriones
en el azufre del volcán
el zumbido del insecto se ha roto
el roce de los roedores
y la curiosidad de las gaviotas
rompen el aire
el eco de los pasos
la sed de agua bendita
el poder inmenso de la luz
de las caricias
y el salto alegre del delfín
sobre el misterio.

8 de noviembre de 2011

Endemoniados



La pedanía de Acapo está después de pasado el túnel de la carretera general a la izquierda: unas cuantas casas rústicas de piedra basáltica negra y tejados humildes donde florecen silvestres los verodes. La tea de las puertas y ventanas se achicharra y se retuerce como los rostros de los labriegos que me espiaban curiosos.
Subí hasta la iglesia a pie porque dejé el coche cerca de la carretera.La aldea son cuatro callejas en pendiente asfixiadas por dos barrancos profundos que la flanquean.
La iglesia no era mucho más grande que cualquier casita. Tenía, sí, una puerta amplia de madera tallada y una torrecita para la campana. Los muros ,impecablemente blancos, se doraban por un sol de poniente que en la plazoleta filtraba sus rayos entre la espesura de un laurel de indias .
Aunque el cura pertenecía a la parroquia de Guardan , había elegido vivir en esta aldea, me dijeron en el pueblo cuando pregunté por él.
Lo de venir a visitarle surgió tras leer en una revista de magia y esoterismo un caso de posesión demoníaca en el que este cura se había visto envuelto. Pero , no sólo eso, el cura se llamaba como yo , Joaquín Alcorta Goyeneche .Eso avivó aun más mi curiosidad por conocerle . Yo también vivía en la Isla y trasladarme a Guardan no me iba a costar mucho.
Cuando llegué, el cura aun no estaba en casa. El aire tórrido vibraba en la distancia y de la gran ladera que trepa hacia el Teide los pinos lanzaban bufidos cuajados de resina como preludio de nuevos incendios. Me senté en la escalerilla delante de la iglesia y me desabotoné la camisa empapada de sudor. Luego de un rato de espera caminé por un callejón empinado al abrigo de las sombra de una tapia hasta una era circular y empedrada.
Cuando volví , junto a la puerta de la casa del cura había aparcado un Opel rojo.
“Ya llegó” , pensé. Busqué un timbre o una aldaba , pero no los encontré . Golpeé la puerta con los nudillos y como si el cura estuviera esperando detrás, antes de dar el tercer golpe se abrió la puerta.
-¿Don Joaquín Alcorta?– comencé preguntando, pero la sorpresa al verlo fue tanta que no pude pronunciar el segundo apellido. El padre Joaquín era idéntico a mi. Peinaba raya , llevaba gafas de poca graduación, tenía una nariz larga y fina, los dientes apiñados.
-Pase.
Un fresco agradable contrastaba con el calor de fuera. De la techumbre de una galería colgaban helechas y claveles de viento. El cura vestía una sotana de hilo y dejaba ver el alzacuellos desabotonado. Detalle mínimo de desaliño.
- Gracias por recibirme, padre, mi nombre es Joaquín Alcorta Goyeneche. Me llamo exactamente igual que usted . En una revista que informaba sobre las endemoniadas de Acoja, daban su nombre como el del sacerdote que había logrado desposeerlas. Mi interés en estos asuntos no es más que el de una curiosidad morbosa; pero como nos llamamos exactamente igual, pensé que podríamos conocernos.
El padre Joaquín con la naturalidad propia de un viejo amigo me pasó el brazo por el hombro y me obligo a avanzar con delicadeza hacia el fondo de la sala. Comenzó a contarme cómo vino hacía muchos años a este lugar de la Isla, remoto, muy remoto, entonces, y que por encargo del obispo se dedicó a las endemoniadas. Logró liberar a la pequeña comunidad de Acoja de la influencia del maligno.
-No puede usted ni pensar las cosas que pasaron: muertes de ganado, gatos en los pozos, alaridos de madrugada, visiones entre los pinares y cada poco un incendio. Me contaron que dos pobres locas ,que acabaron encerradas, profanaron la Sagrada Hostia .Yo conseguí poner coto a todo y cuando acabé el pueblo me pidió que me quedara , que no les abandonara. Y Cristo nunca abandona a sus criaturas.- Quitó el brazo de mi hombro y me cogió la mano.
- ¿Un café? –preguntó.
- Sí, gracias .¿Padre, se necesitan poderes especiales para practicar exorcismos? Seguía con mi mano entre las suyas y lo que en otra ocasión me hubiera parecido ridículo , ahora me parecía perfecto. El padre Joaquín transmitía una especie de bienestar que daba la impresión de que nos conociéramos desde siempre.
Se levantó y desde el poyo de la cocina me dijo:
-Mejor vino. Tengo una botella de un buen vino. No es “Lacrima Christi” , pero seguro que Pío XI, quien dicen que lo bebía, hubiera incluido este vino en la lista de su bodega.
Trajo un plato de pastas y rosquetes , dos vasos y una botella. Era un vino generoso, con sabor a resina, como si se hubiera madurado entre los pinares de la ladera. Apuramos el primer vaso y me obligó a mojar los rosquetes en un segundo vaso que sirvió de seguido.
- No es preciso tener ningún don especial para practicar un exorcismo. Aunque parezca irreal la Iglesia es consciente de que el demonio está en todas las partes. El demonio es el mal. Cuanto más buenos somos más nos alejamos de Satanás. Yo estuve en Roma dos años, donde acudí a estudiar Teología . Trabajé en la Rota y conocí a monseñor Altatutto , estudioso de los casos de posesión demoniaca en la diócesis de Roma. Los testimonios sobre casos de participación del diablo en todo tipo de acontecimientos eran clamorosos. Hablo de casos extraordinarios y de incursiones en todas las esferas de la vida cotidiana. Archiconocido es el famoso asesinato de las doncellas de Villa Natella en la Vía Apia ¿ recuerda? , dos niñas de apenas trece y doce años que aparecieron atadas al tronco de un mismo árbol en el jardín de su lujosa residencia, con un cuerno de cabra introducido en su sexo aun púber. Y el caso del lechero- me miraba sonriente buscando asentimiento a sus relatos-que echaba polvo de mandrágora en la leche que vendía a sus clientas y después de cierto tiempo accedía a ellas cada mañana. Accedía, ¿comprende?- repitió esto como si dudara de mi perspicacia- En una ocasión organizó una bacanal en el sótano de la lechería. Todas las asistentes se untaron la vagina con belladona y volaron. En las investigaciones de monseñor Atatutto se comprobó que el lechero era el mismo diablo. ¿Cómo, sino, hubiera podido copular en un mismo acto con unas quince mujeres? ¿Y por qué quince y no trece o dieciocho? Porque el número de la niña bonita es también el día en que florece la mandrágora , quince días antes del día de San Juan, cuando al llegar el solsticio de verano las brujas se reunen y queman sus ansias en el fuego. Ése es el origen de la hoguera ¿Lo sabías?
De repente me tuteaba. Hablaba apaciblemente. Su vehemencia , pues era vehemente en su exposición, se hacía sentir a través de la versatilidad de su discurso que adornaba con citas de autor , metáforas y adjetivos precisos. Yo lo miraba; no cuestionaba nada ; no me sentía molesto de verme como si hubiera salido de mi y me observara a distancia. Era tan igual a mi que parecía mi imagen en un espejo. Sin embargo ni me extrañaba ni me disgustaba; todo lo contrario, me agradaba. Estaba viendo al ser que yo hubiera querido ser : libre, culto, desinhibido, locuaz ,afable, obsequioso...
-La práctica del exorcismo es un rito. Nada se deja al azar. Al igual que en la Santa Misa mediante la consagración la Hostia , que era un trozo de pan ácimo, se convierte en Cuerpo de Cristo. Cuando se practican los ritos del vade retro y se invoca la ayuda de Cristo , la Cruz vence a Satanás y el espíritu se libera. El alma vuelve impoluta al cuerpo de quien estaba poseído.
-¿Pero, no es cierto que la Iglesia ya no cree en los poseídos; que la inmensa mayoría de las posesiones eran simples ataques de epilepsia?
Se volvió a mi con un gesto despectivo y exclamó:
- ¡Pajadas! – y me pidió perdón por el desliz. Me explicó que la opinión más docta de la Iglesia aceptaba la presencia del maligno entre los hombres, la posesión y el exorcismo como método de liberación.
Se levantó y trajo la segunda botella de vino. La luz del sol era muy tenue y las sombras se estiraban por la pared desde la mesa. Bebimos más. Le pedí agua, pero me dijo que era una blasfemia mezclar el mejor vino con agua.
- Recuerde las Bodas de Canaa. Venga.-se levantó y abrió la puerta que daba al patio.- Le presentaré a Fe y Esperanza , las famosas endemoniadas. Bueno, exendemoniadas .Cuando yo vine aquí, el obispo me puso al frente de esta pedanía porque se habían producido varios casos de posesión demoniaca. – Hablaba sin parar mientras caminaba hacia el patio que daba a la calle por la que yo caminé antes de entrar en la casa. Estaba bastante oscuro y la enorme ladera se erguía como una gran tramolla taponando el horizonte. Los pinos extendían sus brazos desdibujados por el atardecer. Llegamos a la era empedrada y desde allí por una senda hasta una casita con ropa en la azotea. Abajo, infinitamente lejos, el océano era un plano horizontal al encuentro de las montañas. El sol ya se había escabullido.
El padre Joaquín abrió la puerta sin llamar .En el centro de la habitación dos mujeres con la mirada fija en la mesa rezaban el rosario; cada una por separado.
-Ave María purísima-don Joaquín se plantó en el centro de la sala.
Ellas contestaron y se persignaron atropelladamente.
-Os traigo un invitado para cenar esta noche- Miró hacia la cocinilla . El fuego estaba apagado y no había rastro de comida.-¿No hay nada para cenar?
Las dos hermanas se levantaron de la mesa y corrieron hacia el poyo de la cocina .Encendieron el gas y la llama azul hacía bailar las sombras. Un puchero de arcilla se hizo añicos por el suelo. La más vieja se agachó y sumisa me pedía perdón.
-Venga,- dijo él –Estáis a oscuras como si esto fuera una cueva. Enciende la luz. La cena ya tenía que estar hecha. No me gusta que hagáis el vago. Hoy no habéis hecho nada. El diablo se aprovecha de vuestra vagancia y abrirá las puertas de vuestro cuerpo. Enciende la luz te he dicho. Queréis perderos . El trabajo es una muralla, una defensa. Yo trabajo todo el día y Dios está conmigo. Pero ahora qué.
La estancia se iluminó con una bombilla de 60 voltios . El cura seguía increpándolas, cada vez más.
-¡Miradme!-grito y golpeo la mesa con la mano.
La que había tirado el puchero era una mujerona de ojos negros redondos y pelo cano que manaba abundantemente por debajo del pañuelo hasta cubrirle la frente. La otra era de facciones alargadas. Tenía un labio leporino y en su expresión la huella de infinitas desgracias .La presencia del cura las azoraba.
El padre Joaquín descontrolado, insultaba a las mujeres. Sus ojos enrojecidos se cargaron de lágrimas y se empapó de sudor .Golpeaba la mesa repetidamente y les pedía que preparasen algo de comer deprisa. Yo también tenía mucho hambre. Él sacó unas raíces secas de debajo de fregadero y me invitó a ingerirlas con otro vaso de vino. Un tufo a comida agria llenó la pieza. Quise apaciguarme. Las mujeres corrían de una esquina a otra de la sala y él les preguntaba:
-¿Y la ropa , qué pasa con la ropa? Tengo que cambiarme de sotana todos los días. Apesto a sudor. Huele. Se desnudó y ellas lo acostaron en un colchón. Mi cabeza daba vueltas, pero seguí bebiendo y comiendo aquellos hierbajos. Quise salir de la pieza, pero caí al suelo. Cuando me desperté estaba empapado de sudor, acostado entre las dos hermanas y el cura esparciendo agua sobre nosotros con un hisopo.
-Ya le dije, colega –me dijo – que el demonio no descansa. Gracias a mi, está usted libre del maligno. Cuando salgamos, pasaremos por la iglesia para dar las gracias al Altísimo. Pero antes ellas le prepararán un desayuno. No tema por su aspecto.
Las miré, y él sonrió.-Me refiero al desayuno, es un puré a base de unas pencas que cultivamos en el huerto; no tema, le sentará bien después de haber estado poseído.
La piedras seguían retorcidas y las calles cuesta arriba. Joaquín Alcorta Goyeneche me abrazó y me dijo que si volvía otro día le avisara antes. Nos despedimos.

Melancolía


Esta mañana he sentido el hormigueo de la plaza
Los jardines susurraban
Una canción centenaria
Era viento hecho palabras
Y nadie bajaba a oírme
Nadie había detrás de las ventanas
Tan solo un camposanto

Phoebe Ann Traquair


En los dorados campos de tu melancolía
Blancura y desnudez
Se entregan
Llega la música de un arpa
A un tiempo de pájaros, serpientes
Para limitar los sueños.