30 de marzo de 2010

29 de marzo de 2010

ANTÓNIMO

A pesar de los riesgos que conlleva un parto monocigótico ,Lorena decidió alumbrar en la vivienda familiar. Ordenó que le atendiera Rosa, la partera del Faro,
y desoyó los consejos del doctor Adan Nada, quien auguraba un parto de gemelos pegados. El día veinticinco de diciembre, Navidad, llegaron al mundo dos niños, que se llamarían Antoni y Blanco. Gemelos, estarían para siempre unidos por lazos invisibles que les hacían actuar como una sola persona. Mirándose mutuamente a los ojos leían sus pensamientos y adivinaban sus deseos.
Vivían confortablemente en la casa familiar; su padre, negociante de éxito, hizo construir una mansión amplia, con jardines y un bosquecillo de cedros y moreras. La casa se fue decorando sola, como por accidente, pues la madre se desentendía de este quehacer. Verdad es que había pocos muebles , pero de sólidas maderas oscuras: grandes mesas de roble, sillones coloniales y refrescantes celosías. Los muros, blancos y desnudos, se abrían con grandes ventanas por donde respiraba la mansión , llenándose de la luz del puerto. La única tarea que llamaba la atención de la madre de Antonio y Blanco era adornar la casa con las flores. Los viernes salía al mercado y volvía cargada de varas de gladiolo, de hortensias azuladas, de violetas africanas, de grandes rosas amarillas con las que llenaba el patio junto a los helechos y las clavelinas colgadas de macetas. Allí pasaban las horas en silencio Antonio y Blanco, horas largas de estudio y lectura concentrada y serena. Devoraban libros, y al terminar su lectura se miraban y sabían que los dos habían respirado en las mismas comas, sufrido con los mismos acontecimientos, reído juntos y encontrado los mismos problemas de entendimiento. No necesitaban palabras, se miraban y sus pensamientos fluían como la sangre por circuitos compartidos, rutas de doble dirección entre los dos cerebros .Si se fatigaban, se recostaban contra sus propias espaldas y dormían. Su madre les miraba las pestañas agitadas por movimientos convulsos como las alas de mariposa, y sabía que soñaban un mismo sueño.
Vivían en la casa familiar y desde la terraza veían el puerto, la grandes cuchillas de lona cortando el agua y el viento; oían el aullido de la brisa; olían el salitre de la espuma que salpicaba las rocas; todo, porque todo era mar y puerto desde la terraza de Antoni y Blanco.
No veían mucho a su padre, siempre ausente en interminables viajes de negocios.
En el colegio los gemelos seguían siendo como una misma persona. El maestro luchaba por separarlos, pero al final de la jornada Antoni y Blanco siempre aparecían en un extremo del primer banco, ocupando los mejores puestos. En el recreo, la clase jugaba al escondite y se organizaba en dos grupos; uno con la mitad de los alumnos y un gemelo se escondía, y el otro grupo con otro gemelo tenía que salir al encuentro .El gemelo buscador cerraba los ojos y en el acto sabía donde estaba el grupo escondido. Esta experiencia se repetía casi todos los días, pues los compañeros, incrédulos, no lograban satisfacer su asombro.
Antoni y Blanco se apellidaban Morales, por eso, un día un gracioso de la clase le llamó a Antoni, Antoni-Mo. Desde aquel día le llamaron todos Antónimo, hasta sus padres, y sus otros hermanos y su abuelo y los guardias del colegio.
Fue don Alberto el profesor de francés en los últimos cursos del colegio, el que consiguió separar sus individualidades. Lo consiguió a base de un damero maldito, un salto de caballo, un test sin pistas, un laberinto silábico y un pentagrama. Todos celebraron el éxito de don Alberto y los más contentos era ellos mismos , pues ahora ya podían jugar al escondite como los demás chavales, sin saber donde encontrase.
Aislado en su soledad recién estrenada, Blanco se encerró y Antónimo se largó de casa a un laberinto del parque de atracciones y ya nunca supo nadie qué fue de aquel muchacho. Blanco decidió no salir de casa. Se enclaustró. Vagó entre las sillas y las mecedoras de cerezo. Se encerró en la oscuridad del armario de tres cuerpos hasta que encontró una rendija que daba a la habitación de sus padres. Blanco se acurrucaba hasta que sus padres encendían la lámpara del cuarto y los espiaba. Un día, recostado sobre las toallas recién planchadas observó en la luna del mismo armario que su hermano saltaba de la terraza a los huertos, trepaba tapias, corría por la calle húmeda y adoquinada hasta la plaza donde turistas y pescadores bebían cerveza fría en veladores de granito. Deseó con los ojos cerrados que Antónimo volviera. Pero no era posible porque estaba en el laberinto del parque.
Pero la madre encontró a Blanco debajo de una toalla del armario y le convenció para que saliera. Blanco la siguió. Le gustaba el aroma de perfume “Tres primaveras” que siempre usaba. Ella le llevó a un velador del puerto donde podían hacer solitarios y tomar café caliente. Si el sol les daba en la cara resplandecían, pero ni la madre ni el hijo se daban cuenta de ello. Se miraban pero sólo se veían por dentro.
-¡Ya está, ya lo tengo!- exclamaba la madre cuando terminaba un solitario.
Blanco, sonriente, se acercaba a su cutis mórbido y le regalaba un beso. Pedían otro café y esperaban a la gitana del puerto para que les leyera las rayas de la mano.
-¿Qué ves, Chavela?- la madre de Blanco era nerviosa.
- Veo un amor mu grande, envuelto en telarañas.
-Mamá, no creo nada de lo que ha dicho la gitana - decía Blanco.
-Tendrías que ir a buscar a tu hermano-le replicó la madre.
Blanco no respondió. Y la madre al verle tan cerrado en sí mismo, pensó que lo mejor es que aprendiera a leer el futuro. Le habló de las echadoras judías, leedoras de un Tarot impecable. Le habló de las rezadoras de La Habana Vieja y de las mismas gitanas.
-A mi me gustaría iniciarme en la masonería-dijo Blanco.
- Pero si no sabes ni lo que es eso. Dime, a ver, ¿qué es la masonería?
Blanco la miró perplejo.
Su madre se sacó un compás de acero y un cartabón de madera del bolso y dijo:
-Toma, yo tengo cuanto tú necesitas.
Las nubes se deshacían como tules viejos ,y el chico volvió a casa para meterse dentro del armario, recostado sobre ropa blanca y las bufandas de invierno.
La madre sacó un baraja Fournier, pidió otro café y comenzó un solitario. El humo de su propio cigarro se enroscaba entre su pelo como un turbante de adivinadora.
- ¿Qué te juegas a que este solitario me sale a la primera?- dijo entre dientes.
Blanco se sentó sobre una manta escocesa y pensó en Antónimo y el laberinto.

UN POEMA CADA DÍA


Lisboa

Colinas y escaleras
asomadas al fado.

Tajo
cielo de azulejos

Lisboa
dama de chal negro
y piel de pez y vino verde

guitarras por los cuartos del Alfama

chirriante y bulliciosa
en tranvía por el Chiado
y blanca
desde Pombal a Comercio

24 de marzo de 2010

UN POEMA CADA DIA


Seré

seré río
sobre tu vientre
a la espera
de la enigmática tormenta

sólo cuerpo
tras las fases de tu luna.






20 de marzo de 2010

UN POEMA CADA DIA

Y cuando sea piedra
Quisiera que mi sexo
Fuera esencia enamorada
Que vuele
Con nombre y apellidos
Por las tardes amplias de lo eterno
Que nadie pregunte
Quién fue
Qué dijo
Sino qué aroma de frescura
Y qué inocencia

16 de marzo de 2010

REFLEXIONES


Antes de emprender viaje a Irlanda, donde estuvimos varias semanas, pasamos por Santa Cruz para hacer los preparativos. Nos extrañó ver tantos carteles anunciando que los negocios se traspasaban o se alquilaban. Aunque sabíamos que desde el año anterior la llamada crisis financiera había provocado una ingente cantidad de cierres de empresas, no nos habíamos dado cuenta de lo mucho que esto podía haber afectado al pequeño comercio.
En la calle de San Ambrosio, donde había una tienda de carabinas y varias mueblerías, los tres negocios habían desaparecido.
En la prensa local un columnista que firma con el seudónimo de “El paseante sagaz”, decía que había que empezar a inventar nuevos negocios porque la gente estaba harta de tanta boutique de moda.
Lola me dijo que no era fácil inventar nuevos negocios.
A pesar de la crisis, salimos de viaje aquel sábado.
Fue al volver cuando la sorpresa se transformó en perplejidad: en Santa Cruz no había tiendas. Y como los negocios son como el corazón de la ciudad, se notaba que una vez que las oficinas de la administración pública cerraban, las plazas, calles y avenidas se hundían en un silencio de desagüe.
Alguien dijo que la cosa no era tan mala, que lo único que estaba ocurriendo es que los negocios se estaban trasladando a las afueras de la ciudad, donde habían surgido, grandes setas de cristal y aluminio, centros comerciales añadidos a los centros comerciales que desde los años ochenta poblaban los extrarradios.
El alcalde conectó la plaza de España con lo que llamó la “Ciudad de las compras” mediante una carretera de cuatro carriles.”Es conveniente que los coches tengan su espacio”, comentó el alcalde. Y con su sonrisa creativa repetía hasta la saciedad que la instalación de estos grandes centros en la isla crearía numerosos puestos de trabajo, riqueza y competencia: la competitividad era un elemento que surgía en la sociedad cuando las fichas se colocaban sobre el tablero de forma estratégica. La competencia era la dinamo de la economía. Con ella llegaba la variedad de la oferta y el abaratamiento de los productos. El alcalde era como el flautista de Hamelín y todo el mundo lo seguía.
Nadie quería que Santa Cruz se quedase vacía de tiendas. Pues una ciudad sin tiendas es como una escuela sin niños, como un armario sin camisas, como una boca sin besos. Pero, igual que las hojas de los árboles se precipitan en pocos días cuando llega el otoño, así las tiendas desaparecieron.
La clientela, ahora consumidores, se acostumbró a salir de la ciudad para comprar.
Y a partir de entonces no sólo se pusieron carteles de se vende, se alquila o se traspasa. No sólo, carteles de liquidación por cierre o derribo, sino que muchos escaparates se forraban con cortinas moradas y un cuadro de la Pasión o un Vía Crucis.
Un grupo de abuelas salían a la plaza de España todos los jueves con el carrito de la compra para reclamar tiendas en la ciudad.
Los chinos, que están al quite de cualquier novedad, abrieron tiendas de todo a cincuenta céntimos, donde se podían comprar cigarrillos y condones de todos los sabores. Eran como tiendas de primeros auxilios. Los kioscos de prensa fueron sustituidos por máquinas expendedoras.
¡Ay Santa Cruz, bella ciudad tinerfeña! Exclamaban los jubilados.
Los dueños de las tiendas que hasta hacía poco se consideraban emprendedores, dueños de empresas, creadores de puestos de trabajo, siguiendo el ejemplo del patrón de patrones, fueron en comitiva al ayuntamiento a instar al alcalde para que arreglara la situación.
El alcalde les dijo que para poder encauzar las reclamaciones tendrían que constituirse en sindicato, lo cual ellos rechazaron por no tener sentido de clase: no eran obreros, sino patronos, los pilares del sistema.
Pero el alcalde, hombre de una lógica implacable, les dijo que lo sentía pero que ya no eran nada. Jesús dijo:” por sus hechos los conoceréis”. Si ahora eran incapaces de crear riqueza no podían considerarse emprendedores.
-Hombre –exclamó el portavoz de los ex empresarios –para que funcione la economía necesitamos que se active el crédito.
Pero el alcalde, siguiendo con su lógica implacable, replicó que crear es hacer surgir algo de la nada. Y la nada nada es.
El portavoz decidió que a la nueva organización de ex empresarios, hasta que se supiera cual iba a ser su nuevo estatus jurídico, la llamarían “Sálvese quien pueda”.
Lola y yo buscamos una explicación sensata a la situación porque nos parecía increíble que por una vez los empresarios salieran perdiendo.

11 de marzo de 2010

11 M - UN POEMA PARA HOY


11 M - UN POEMA PARA HOY


11 M - UN POEMA PARA HOY

Quise escribir un poema para hoy pero me quitaron los brazos
quise mirar al cielo pero me quitaron los ojos
quise dar calor a mis amigos pero quemaron mis ropas
quise viajar sobre la armonía de las vías pero fundieron los hierros
porque robaron el frío no tenía sentido mi aliento
porque los hijos crearon madres huérfanas
y viudas los trabajadores
he puesto una llama viva por el suelo
Madrid coge mis versos

2 de marzo de 2010

GAZA


Un poema cada día


Gaza

Los niños de Gaza tienen mortajas
y brazos para ensangrentar las piedras.
Su futuro es una barba desesperada.
Crecen sin horas
Alrededor de un camposanto
y un afán extraño
que roba el aire
y los latidos.