6 de diciembre de 2009

VESTIR AL DESNUDO


Estábamos a punto de levantarnos y salir del restaurante, cuando Ester, la dueña, nos invitó a tomar una copa de despedida. Lola pidió un chupito sin alcohol y yo un calvados. Lo bebí a pequeños sorbos, saboreándolo a la vez que aspiraba el humo del Davidoff corto: una delicia. Pero Lola se impacientó y me metió prisas para que me acabara la copa y nos fuéramos a casa, que ella ya estaba cansada de verme fumar, beber y de oír mis gansadas. Yo no me dejé impresionar por sus palabras, entre otras razones porque ya llevamos treinta y tantos años juntos.
Cuando salimos a la calle, no hacía frío, y fue ella la que me pidió dar una vuelta antes de ir a casa.
A la puerta del restaurante, en el suelo, había un jersey de color azul. Lola, sin encomendarse a dios ni al diablo, lo cogió y entró en el restaurante. “Eso es que se le ha caído a alguien. Algún cliente será”, dijo al salir. Y comenzamos a caminar hacia la Plaza del Príncipe. Aunque parezca mentira al llegar a la esquina de San Clemente vimos en el suelo, en el rincón de un portal un pantalón. En la esquina de la óptica. Nos sonreímos, como si quisiéramos decir: ¡qué casualidad! Y mi señora, se agarró fuertemente de mi brazo. Ese gesto me resultó reconfortable. Y como yo estaba un poco cargadillo de tanto Muga y de la copa de calvados, me dio un ataque de ternura y le di un beso. Seguramente había muchas más estrellas que de costumbre y la luna parecía una perra en celo, cuando en el borde la acera vimos un calcetín de algodón y apenas un metro más allá un calzoncillo. Por supuesto que comenzamos a elucubrar sobre los hallazgos, pero nada de cuanto se nos ocurrió tiene el menor interés para este relato. A mi, que tengo una mente calenturienta, se me ocurrió pensar que al dar la vuelta a la manzana íbamos a encontrar a un pareja dándose un revolcón. Al fin y al cabo la luna estaba en su esplendor y dicen que los lunáticos y los licántropos salen en noches como esta. Mi querida, que seguía siendo mi mujer de siempre, me dijo que no pensara en cosas raras y que seguramente la ropa la habría soltado y arrastrado el viento desde cualquier azotea. “Espera que aparezcan unas bragas y entonces me lo explicas”, respondí.
Ya habíamos subido toda la calle Santa Rosalía cuando de detrás de un contenedor de basura apareció un tío pidiendo limosna. Tenía unas ojeras que parecía dos carboneras. El pelo, largo, lacio y mugriento. La camisa, sin botones, atada con un nudo a la cintura, dejaba entrever un costillar blanco de perro galgo. Iba descalzo. Movía la mano y aunque no entendíamos el gesto ni lo que decía , Lola me dijo que le diese una propina. “Querrás decir una limosna”, y añadí: “Vestir al desnudo”.
Viendo a este esqueleto delante de mí no podía dejar de recordar los boletus edulis, el foi y el chuletón de buey. Y para más inri, la ropa desperdigada por la ciudad.
Para mi que aquel pobre era un inmigrante rumano, o vaya usted a saber de donde, porque aunque intentaba hablar español ni Lola ni yo le entendíamos lo que decía.
Me daban ganas de darme la vuelta y traerle toda la ropa que habíamos encontrado por el camino, pero Lola estaba ya cansada de caminar con tacones que no era cuestión de dejarla con el rumano mientras yo iba a por la ropa. Por otro lado, como no hablaba bien español, tampoco podía decirle que la ciudad estaba llena de prendas de vestir abandonadas. Así que saqué un euro y se lo di. Mi mujer me calificó de tacaño, pero yo le dije por lo bajines que no tenía más suelto, que todo lo que tenía era un billete de doscientos. Pero el pobre que hasta aquel momento no hablaba nada en español, sacó una navaja de la manga y me obligó a que le diera los doscientos. Luego me obligó a que me quitara la camisa, el pantalón y el calzoncillo. Con mi mujer fue mucho más amable, pues se conformó con que se quitara las bragas.
Afortunadamente Lola llevaba un fular en el bolso, me lo até a la cintura y pude llegar a casa sin que me viera nadie.

2 de diciembre de 2009

El Joako que firma no soy yo. Pero estoy de acuerdo con él

miércoles 2 de diciembre de 2009

Manifiesto: En defensa de los derechos fundamentales en Internet
Ante la inclusión en el Anteproyecto de Ley de Economía sostenible de modificaciones legislativas que afectan al libre ejercicio de las libertades de expresión, información y el derecho de acceso a la cultura a través de Internet, los periodistas, bloggers, usuarios, profesionales y creadores de internet manifestamos nuestra firme oposición al proyecto, y declaramos que… 1.- Los derechos de autor no pueden situarse por encima de los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el derecho a la privacidad, a la seguridad, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y a la libertad de expresión. 2.- La suspensión de derechos fundamentales es y debe seguir siendo competencia exclusiva del poder judicial. Ni un cierre sin sentencia. Este anteproyecto, en contra de lo establecido en el artículo 20.5 de la Constitución, pone en manos de un órgano no judicial -un organismo dependiente del ministerio de Cultura-, la potestad de impedir a los ciudadanos españoles el acceso a cualquier página web. 3.- La nueva legislación creará inseguridad jurídica en todo el sector tecnológico español, perjudicando uno de los pocos campos de desarrollo y futuro de nuestra economía, entorpeciendo la creación de empresas, introduciendo trabas a la libre competencia y ralentizando su proyección internacional. 4.- La nueva legislación propuesta amenaza a los nuevos creadores y entorpece la creación cultural. Con Internet y los sucesivos avances tecnológicos se ha democratizado extraordinariamente la creación y emisión de contenidos de todo tipo, que ya no provienen prevalentemente de las industrias culturales tradicionales, sino de multitud de fuentes diferentes. 5.- Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo. 6.- Consideramos que las industrias culturales necesitan para sobrevivir alternativas modernas, eficaces, creíbles y asequibles y que se adecuen a los nuevos usos sociales, en lugar de limitaciones tan desproporcionadas como ineficaces para el fin que dicen perseguir. 7.- Internet debe funcionar de forma libre y sin interferencias políticas auspiciadas por sectores que pretenden perpetuar obsoletos modelos de negocio e imposibilitar que el saber humano siga siendo libre. 8.- Exigimos que el Gobierno garantice por ley la neutralidad de la Red en España, ante cualquier presión que pueda producirse, como marco para el desarrollo de una economía sostenible y realista de cara al futuro. 9.- Proponemos una verdadera reforma del derecho de propiedad intelectual orientada a su fin: devolver a la sociedad el conocimiento, promover el dominio público y limitar los abusos de las entidades gestoras. 10.- En democracia las leyes y sus modificaciones deben aprobarse tras el oportuno debate público y habiendo consultado previamente a todas las partes implicadas. No es de recibo que se realicen cambios legislativos que afectan a derechos fundamentales en una ley no orgánica y que versa sobre otra materia. Este manifiesto, elaborado de forma conjunta por varios autores, es de todos y de ninguno. Si quieres sumarte a él, difúndelo por Internet
Pensado, escrito y/o publicado por JOAKO A 12/02/2009 06:47:00 PM 0 Opiniones Enlaces a esta entrada

30 de noviembre de 2009

UN POEMA CADA DÍA

i)
Repítelo otra vez
¿Desde dónde hablas?
Di yo
y entra en los árboles
déjate regar por su penumbra
y embalsámate de la armonía de la brisa

repite otra vez

a la impertinencia de tus pensamientos.

ii)

Los que están allá son mis enemigos
y yo quiero mando en plaza
y el agua que mana de sus fuentes

dadles mi agrio hedor
y el crujir de sus insectos

atadles para siempre a sus espíritus

y hacedme una corona
ahora que aun sabemos de la virtud de nuestro semen
y de la ignorancia del castigo.


iii)

Más allá está lo oscuro
lo intangible
siempre presente


iii

Quizás la memoria
en la taza de café o en la cerveza
amargos
reflejos amarillos
y el humo
y el rumor
de las hojas de un jardín ausente

22 de noviembre de 2009

Cuento para Eva

Entre fogones

Iba de compras por Jaener’s, unos grandes almacenes situados en la comercial Princess Street de Edimburgo, cuando subiendo una escalera mecánica vi a Jane. Jane, de niña, cuando venía al colegio de Tamaimo en Tenerife, donde yo era la directora y profesora de español para extranjeros, era una monada de ojos azules, melena rubia y aspecto frágil. El dibujo clásico de niña de cuento de hadas. Ahora seguía siendo preciosa, los ojos azul pálido, pero el pelo, negro. Obviamente debía de habérselo teñido. Se mostró muy cariñosa y con ganas de hablar. Se notaba que la dependencia alumna maestra le había dejado huella y Jane sentía un gran afecto por mi. Afecto y respeto, como veremos más tarde.
Fuimos a tomar un café en un Costa Coffee Lounge cerca de la estación central de ferrocarriles. Yo, con mi innato interés por todas las personas a las que conozco, enseguida comencé a hacerle preguntas: que dónde vives, que dónde trabajas, que si estás casada y cuántos hijos tienes. Jane sonreía e iba contestando a cuantas preguntas surgían de mi manantial de interrogantes: que ella vivía en Brighton, al sur de Inglaterra y que se casó un hindú que la trajo a vivir a Escocia, a Linlithgoe, un lugar tranquilo, a 28 kms. de Edimburgo. Un pueblo muy bonito, con un castillo medieval precioso. Yo lo conocía y sabía que este castillo había sido refugio de María Estuardo.
“Tuve dos hijos con él” continuó, “ pero un día me dejó con los críos y se fue. Desapareció. Según un amigo, que no quiere dar muchas explicaciones se fue a la India a jugar en un equipo de cricket”. Yo la animé para que a través del amigo pudiera instar a la policía para que lo persiguieran; pero Jane, mirando al fondo de la taza de café, como si temiera enfrentarse con la realidad me dijo que sus problemas ahora eran más de carácter cotidiano: tenía que cuidar de sus hijos, darles de comer, vestirlos y vivir en una casa. “Para todo esto se necesita dinero, y el dinero te lo dan si trabajas. Buscar trabajo es lo que hago cada día”.
Al principio, después de quedarse sola, dio clases de español, pues lo aprendió muy bien cuando estuvo en Canarias. Buscó trabajo en las recepciones de los hoteles, buscó en los anuncios por palabras, buscó en las agencias de trabajo temporal, en todo cuanto podía darle una oportunidad. Pero Jane no conseguía encontrar trabajo fijo. Bueno, ni fijo, ni tan siquiera de dos años seguidos. “Vivo a salto de mata”, exclamó sin quitar la mirada del fondo de la taza”. Le ofrecí otro café con leche y una magdalena. Ella aceptó agradecida.
“El último trabajo que me salió fue en un restaurante, de cocinera. Los primeros días trabajaba con una china que iba a dejar el trabajo porque se iba a los Estados Unidos. Ella me enseñó algunas cosas. Lo más gracioso es que yo le dije al dueño del restaurante que no sabía cocinar, pero él insistií en que sólo necesitaba manejar la plancha, y la verdad es que hacer cosas a la plancha, ensaladas, y patatas fritas, sí sé. Pero, después de estar allí dos meses dándole a la plancha, vino el hijo del dueño con la cantinela de que había que cambiar el menú. Y me dijo que confeccionara yo misma una carta. Ahí empezaron de nuevo mis problemas. Me dio una depresión. No salía de la cocina, y me pasaba las horas leyendo libros de gstronomía, menús fáciles, menús rápidos, observaba las verduras, olía las especias, picaba cantidades ingentes de cebolla…y me desahogaba. Un día estaba sentada a la mesa con un saco de garbanzos y, de entre todos los garbanzos, vi uno de color negroide. Lo cogí para tirarlo al cubo de la basura, pero como estaba tan deprimida, me dio pena. Fue uno de esos sentimientos profundos e incomprensibles: me puse a hablar con él. Y oí como decía: “¡Eh!, no acabes conmigo. Mira, chica, no estés triste, y no me tires a la basura, yo te puedo ayudar, si te dejas”. El garbanzo no paraba de hablar. Me hizo un estudio psicológico increíble: “Tú estás triste porque no tienes trabajo, pero tienes que tener en cuenta todas tus aptitudes. Aparte de que eres muy guapa, y aun puedes conseguir un hombre que te quiera, eres inteligente, intuitiva, entregada, generosa, medianamente culta. Lo que tienes que hacer es poner en práctica estos valores”. El garbanzo negro era mi propio ego y yo le escuchaba con atención y me sentía muy alagada con su discurso. “Pero… aquí está la adversativa: tú te sientes un poco frustrada porque sabiendo que eres como te he dicho al principio, los demás parece que no se dan cuenta”.
A partir de aquel día entraba en el restaurante una hora antes para que me diera tiempo de hablar con garbancito. Me dijo que me comprara un ordenador porque en la página “tus recetas punto com” encontraría material muy importante para confeccionar el nuevo menú. Pero el restaurante era más bien cutre, y, si les costaba pagarme las doscientas esterlinas que me pagaban cada semana, cómo me iban a comprar un ordenador. De eso nada.
Entonces me dijo garbancito que me comprara un wok y que hiciera cocina asiática. Le dije que pusiera los pies en la tierra, que cómo iba a cocinar esas cosas raras de las que ni tan siquiera me sabía los nombres. La solución de comprar un libro de cocina parecía la más normal. Así que me compré el libro de las diez mil recetas de la cocina inglesa. Y cada noche me metía en la cama con una bolsa de agua caliente en los pies y el recetario en las manos. Me dormía. No conseguía aprenderme ninguna receta. El lenguaje de la cocina me parecía pintura abstracta.
Una mañana me acordé de Begoña, una amiga de Bilbao, y la llamé. Le conté lo que me estaba pasando . Olvidaba deciros que a Begoña la conocí aquí porque vino a trabajar de cocinera a un restaurante de la Royal Mile. Me dijo que ella desde que tuvo familia, (tenía tres hijos) ya no cocinaba, pero que su marido, Kepa, tenía una herriko taberna en Hondarribia y que a lo mejor me podría echar una mano.
“Qué va, qué va. La cocina de Euskadi es griego para vosotros. Nosotros estamos a un nivel muy alto de cocina creativa. Los ingleses… qué va. Y los productos…¿De dónde sacarías tú los productos?”
Así que borre a Begoña y a Kepa de la lista.
Una mañana el hijo del dueño me dijo que me iba a enseñar a hacer garbanzos a la “mode de Caën”. Yo no había oído jamás hablar de Caën, pero me dejé llevar. Me dijo que pusiera mantequilla en el fondo de una cazuela, sal, unos calvos y que picara un par de puerros grandes. Los garbanzos los pondría a remojo el día anterior para que estuvieran tiernos en el momento en que los puerros estuvieran pochados. Luego echaría los garbanzos a la cazuela, los cubriría con caldo de verduras y los llevaría al hervor hasta que estuvieran hechos.
Por la mañana saqué los garbanzos y busqué el garbanzo negro. Lo metí en una tacita de café. Y él, que debió de haber oído lo me dijo el hijo del dueño, saltó:” De eso nada, no puedes hacer cocido de garbanzos. Es una cuestión de vida o muerte. Yo no puedo vivir solo en una taza de café. Necesito una bolsa de un kilo, por lo menos. Los garbanzos somos seres sociales”. Jane, que siempre amó tanto a los niños como a los animales, ahora amaba también a las legumbres, y comenzó a llorar.
Cuando llegó el hijo del dueño, se quitó el delantal y se despidió del trabajo.
Mi exalumna levantó la vista de la taza del café Costa y me miró como pidiéndome consejo.
Le dije que la historia era fantástica, y que podía escribir un cuento. Pero ella entre hipos y lágrimas me dijo que no creía que pudiera nunca vivir del cuento.

17 de noviembre de 2009

REFLEXIONES


Como muchos otros fines de semana, el día de Todos los Santos vinimos a Santa Cruz . Dejamos el coche en el garaje y subimos al piso. Un piso situado en el centro de la ciudad, pero muy tranquilo. Lola abrió la llave de paso del agua mientras yo subí los interruptores de la luz. Luego pasamos al salón , alzamos las cortinas del ventanal que da a la plaza y yo abrí la puerta del dormitorio para dejar allí la maleta.
Me quedé estupefacto: las paredes del dormitorio estaban inclinadas hacia la izquierda, y lo que antes eran ángulos rectos, se habían convertido en ángulos obtusos y agudos que daban al cuarto un aspecto romboidal. Los muebles y las alfombras no se habían acoplado a la desviación sufrida, de tal forma que la habitación era una pesadilla.
Llamé a mi mujer quien, presa de la más extraordinaria perplejidad, se cayó sentada en el sillón de su lado de la cama. Dudas sin sentido recorrieron nuestro cerebro y mirándonos frente a frente comenzamos a desentrañar el misterio: lo primero que hicimos fue subir al piso de la vecina de arriba y bajar al piso de la vecina de abajo; pero en ninguno de los pisos nos contestaron al timbre. Luego el portero nos dijo que las dos familias se habían ido a la basílica de Candelaria. ¿De romería?, pregunté. No sé, respondió el cancerbero.
Salimos a la calle y miramos a la fachada de la casa, pues si la habitación estaba inclinada hacia la derecha, también la fachada debería estar inclinada hacia el mismo lado, y no sólo la nuestra, sino la de los vecinos de arriba y abajo respectivamente. Pero la fachada del edificio no mostraba variación alguna; todo estaba perfectamente alineado con la acera y nada dejaba traslucir el desorden interior. Esta disociación entre el exterior y el interior me hizo pensar en el ser humano.
Pero mi mujer, sensata donde las haya, me sugirió que fuéramos al COAC, colegio de arquitectos de Canarias, y explicáramos el problema.
Nuestra perplejidad aumentó cuando el secretario del colegio nos dijo que éramos el décimo caso similar en la capital. “¿Similar?”, exclamé. “Bueno, similar, por no decir igual, pues en unos casos la inclinación es hacia la izquierda, y en otros la inclinación va para la derecha”. Y siguió diciendo que lo que estaba ocurriendo no tenía explicación lógica.
Llegamos a casa hechos polvo; nos sentamos en el sofá del salón y miramos hacia el techo esperando oír los pasos de los vecinos para intercambiar puntos de vista. Y cuando llegaron, doña Claudita, la vecina de arriba, dijo que había que ir a visitar al padre Antonio, párroco de San Francisco, con quien ella ya había hablado. La idea, a mi, me pareció disparatada, pues cada vez que se piden explicaciones a la virgen, ella evita comprometerse y la respuesta es el silencio.Pero doña Claudita nos dijo que el cura les había dicho que se trataba de un milagro. ¿De un milagro o de un misterio?, exclamé. Y mi mujer dijo que milagro o misterio para el caso era igual. Pero yo como soy hombre de palabra, me dirigí al R.A.E. para asegurarme de la diferencia, pues siempre entendí que los milagros eran hechos realizados con ayuda de la divinidad para solucionar algo. Y todos los milagros eran un misterio.
-¿Y quien le dice a usted que con estas inclinaciones, la divinidad no está tratando de ayudarnos? - Se revolvió doña Claudita.
Yo recordé un ensayo de Ortega y Gasset en que hablaba de la diferencia entre ideas y creencias, decía que si un día vamos a salir a la calle y nos encontramos que no hay calle, sería que han fallado nuestras creencias. Pues nosotros siempre creemos que detrás de la puerta de la calle está la calle. Acto seguido, Ortega pasaba a hablar de las “Ideas”, pero como no viene al caso de este discurso, lo dejo de lado. Enseguida me di cuenta de que las lucubraciones orteguianas no me iban a sacar del embrollo. Pero si algo quedaba claro era que mis creencias habían quedado en entredicho. Sin embargo no había jamás pensado en la actitud dadaísta de la divinidad, metiéndonos en un escenario tan absurdo.
Cuando llegó la noche, no quisimos quedarnos en la casa por si ocurría otro milagro y moríamos del infarto, así que nos fuimos a un hotelito que hay cerca del parque García Sanabria. Nos servimos dos Johnny Walker E.N. cada uno y a continuación nos metimos en la cama. Monseñor Escrivá de Balaguer entró en la habitación y le pedí que me explicara la diferencia entre milagro y misterio. -Hijo, mío –me dijo el santo –yo llevo todo el año haciendo un único milagro: que el PP suba en las encuestas. Y no estoy para divagaciones.
-¡No joda! –exclamé. Y seguí durmiendo.

16 de noviembre de 2009

UN POEMA CADA DÍA


Hay frases que son campos de exterminio,
puños del insomnio,
yeguas sorprendidas detrás de los espejos.


****

Hurgué en mi cuerpo,
y me acurruqué en los brazos
de un niño roto.

****

¿Dónde van las nubes si dios ha muerto?
Buscan la piedra
de este mapa árido y adormecido.

5 de noviembre de 2009

REFLEXIONES




Hipo

Ayer entré en una taberna que hay enfrente de mi casa porque tenía hipo. Existe una creencia según la cual si te bebes un vaso de agua con un cuchillo dentro, evitando que el cuchillo se salga del vaso mientras ingieres el agua, se te quita el hipo.
Bueno, entré en la taberna donde casi todas las mesas estaban ocupadas, pero una camarera de ojos azules, pelo negro y unas curvas emocionantes me atendió. Y no sé si fueron los ojos, el pelo o las curvas, pero el hipo desapareció ipso facto. Me senté a una mesita con dos cubiertos que estaba situada casi en el centro del restaurante. Me dio la carta: un listado de tapas andaluzas de entre las cuales la camarera, que me había quitado el hipo, me recomendó el gazpacho cordobés. Nunca había comido gazpacho cordobés, pero la joven me sonrió y me guiñó el ojo, a la vez que me decía que era la especialidad de la casa. Le pedí un vaso de vino tinto y enseguida me sirvió un Rioja que me pareció muy fuerte. Además como yo quería que la chica estuviera más tiempo conmigo, le pedí que me trajera una botella de Ribera del Duero. “Un riberita”, dijo, “le voy a dar uno que le gustará”.
Cogí la botella que me mostró como hacen los somelieres de los restaurantes de cocina creativa, y me puse a leer esa parte donde dicen que el vino es redondo en boca, con aromas de frutos del bosque y vainilla y ligero. A decir verdad, todas estas generalidades sobre el vino a mí no me importaban nada, yo me conformaba con leer y a la vez que leía observar a la camarera desde la cintura hasta la mitad de los muslos, perfectamente embutidos en unos pantalones que no sabría decir si eran de licra o de punto. Me sirvió el riberita y cuando acabé el buchito que me había servido, dijo, “¿rico, eh?” . Riquísimo, corroboré.
Desgraciadamente, las otras mesas estaban esperando sus consumiciones y la muchacha se largó de mi mesa y pronto apareció con varios platos en la mano para colocarlos dos mesas más allá, y así todo el rato hasta que yo que me despisto viendo una mosca volar, comencé a pensar en las cosas de la vida, y entre ellas llegó a mi memoria lo que había leído en el periódico de la mañana, que no era sino que Ángela Merkel había ofrecido en su campaña electoral rebajar los impuestos en veinticuatro mil millones de euros. Estas cantidades despistan mucho, y además de despistar vuelven loco a cualquiera. Yo, saqué mi calculadora y salvo error u omisión enseguida pensé: “¿cuántos habitantes hay en Canarias? Si dividimos los 24 mil millones entre los 2 millones de habitantes de Canarias nos da una cifra de doce mil euros por barba. Como la mayoría de las familias es de cuatro miembros, eso quiere decir que a cada familia de padre y dos hijos les corresponderían 48 mil euros. Pero vayámonos a África, donde con doce mil euros, es decir con mil euros al mes durante un año, una familia es millonaria. O repartamos este dinero entre los habitantes de mi pueblo, que sólo tiene 12 mil habitantes; a estos “luky” vecinos les tocarían dos millones de euros por persona.
De repente la camarera me trajo el gazpacho cordobés, una especie de crema aceitosa, con sabor a tomate y ajo, sabrosísimo. Ella se me acercó y me dijo como si me comunicara un secreto: “se le va a caer la baba”. Yo estaba un poco confuso con el reparto de millones del gobierno alemán y en ese momento me quedé cortado y casi víctima de un nuevo ataque de hipo, pues la palabra baba me hizo dar cuenta de que tenía sesenta y siete y ella apenas veintitantos.
Para entonces ya le había pedido una ración de chocos a la plancha y más vino. Los chocos debían de estar congelados o dios sabe en qué mar porque tardaron un montón en traérmelos. Tantos que volví a pensar en Ángela Merkel y en la dichosa bajada de impuestos. Tuve tiempo de beberme otros dos vasos de riberita y otro más que me sirvió un camarero colega de mi camarera cuyo nombre ahora ya sabía: Lourdes.
Terminé los chocos y en lugar de pedir un postre le pregunté a Lourdes si sabía preparar bien el gin tonic. “Todo lo hago estupendamente”, contestó. Y pocos minutos después apareció con el gin tonic servido en copa grande, con una voluta de cáscara de limón asomando por el borde del cristal y la tónica espumante saltando sobre el hielo. El gazpacho cordobés, los chocos y unas aceitunas que llegaron sin pedir me dieron una sed sahariana, que el vino tinto no aplacó en absoluto, así que el frescor de la combinación entró en mi boca como un beso soñado de la camarera.
Lourdes me ofreció un bienmesabe de almendra delicioso que era casi una obligación probarlo. Me lo sirvió con una bola de helado. Le pedí otro gin tonic.
En una mesa del rincón un joven vestido con camisa y pantalón negros comenzó a rasgar una guitarra. Yo no sé si por los gin tonics o porque el tío tocaba muy bien me quedé embelesado. Pero antes de que terminara la pieza tuve que ir al baño. Seguramente ustedes ya saben que el gin tonic es diurético. Bueno eso dicen mis amigos y cada vez que lo bebo tengo que ir a orinar un montón de veces. En una de estas vueltas, cuando llegué a la mesa me encontré con una nueva ginebra con tónica y Lourdes se acercó y me dijo que ésta era invitación de la casa. Y me preguntó si me gustaba el guitarrista. Le dije que me encantaba, que me gustaba como tocaba y su repertorio ( la verdad es que no tengo ni idea), pero antes de terminar mi replica le dije a Lourdes que perdonara que tenía que ir al aseo. A estas alturas de la noche Lourdes y todos los camareros se habían percatado de la cantidad de vueltas que yo daba al baño, y es que lo malo no es solamente el efecto diurético de la combinación; sino que hiperplasia típica de un hombre de sesenta y siete años obliga a que la micción sea una especie de gota a gota de lo más lento.
Al pagar la cuenta la camarera me miró sonriente y me preguntó que me había gustado más el gazpacho cordobés o el gin tonic. Le di treinta euros de propina y ella a mi, un besito en la frente.

20 de octubre de 2009

En el tanatorio

Foto de Pedro Santana y Ramón Pereyra

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Ayer fui al velatorio de una pobre mujer que se murió de vieja. Alrededor del féretro suspiraban hondamente sus amigas, y las que iban llegando se acercaban a verla por última vez a través de una ventanilla abierta en la tapa de la caja.
Una antigua casona perteneciente a una familia de la alta burguesía insular había sido cedida en alquiler al municipio y habilitada como tanatorio a las afueras del pueblo.
Cuchicheábamos entre nosotras deshilvanando recuerdos.
Cansada de estar sentada, me levanté para tomar café en una pequeña cocina donde dos vecinas, amigas de la difunta, atendían a los visitantes. Me lo tomé azucarado y comí dos rosquetes. Después de pasar por el cuarto de baño, con el regusto del café aun en los labios, volví a mi asiento. Pero aun no había llegado, cuando me di cuenta de que el féretro estaba flotando. Es decir, el féretro flotaba en el aire, pero se movía como si fuera una barca en el agua. Durante unos minutos estuvo dando vueltas por la sala y de repente la muerta, Lina, se incorporó, y, sentada en el fondo de la caja, miraba fijamente al duelo y a todos los presentes. Nos dimos cuenta de que por su forma de mirar, Lina venía del otro mundo, o por lo menos de algún lugar situado muy a las afueras de éste. Su hijo, con el brazo y el índice derecho extendidos, la señalaba y no podía dejar de reír. No decía nada, sólo se reía y apuntaba con el dedo a su madre.
La finada, sentada en la base del féretro, comenzó a hablar, farfullando y babeando al principio, pero luego claramente; decía que ella se quería despedir de nosotras antes de marcharse al otro mundo, que había sido una mujer humilde, que un sinvergüenza la dejó preñada de joven y que aquel desliz cambió su vida, que lo único de valor que tuvo jamás fue el hijo que nació hace sesenta años. Al decir esto, señaló a su hijo, que no dejaba de reírse a carcajadas, no se sabe si de alegría, de pena o por nervios; sólo un juez podría determinar con criterios jurídicos el verdadero motivo de su risa.
La barca, digo, el féretro continuó navegando por los pasillos, pues en la casa pasillos interminables se sucedían a pasillos interminables y salones desnudos se abrían ante la barcaza como lagunas extensas. Por los balcones abiertos se precipitaban en cascada flujos de rayos láser que desaparecían entre las buganvillas del jardín.
La mujer recitaba un resumen de su tránsito por la vida. Tenía la cara de cera, los ojos brillantes y verdes que tuvo cuando la engañó el sinvergüenza y los labios amoratados como los tienen los muertos. Su nuera le había puesto un fular de seda rodeándole la garganta que chocaba con la expresión pueblerina que arrastró durante su existencia: Lina no había conocido ni las entidades financieras, ni las cúpulas de los partidos, ni las comisiones por ventas. Su vida era la de una pantalonera, sumergida día y noche en el remate de los bajos, los bolsillos, las trabillas y las braguetas de cremallera. Una vida de a tanto la prenda terminada, planchada y doblada.
La embarcación surcó el último pasillo camino de la laguna Estigia, en cuyo extremo esperaba el cancerbero, con camiseta del Real Madrid y el Marca bajo el brazo.
Desde el más allá, Lina lanzó un beso a su hijo y desapareció. ¿Quién? Ella.
Cuando llegaron los de la funeraria, sin mirar dentro de la caja, que a pesar de todo lo ocurrido aun estaba en el tanatorio propiamente dicho, la cogieron junto a las coronas, metieron todo dentro del coche y se dirigieron a la iglesia de San Antón. Los allegados montaron en otros coches y formaron el cortejo fúnebre. El pobre hijo de Lina seguía llorando.
El cura aprovechó el responso para decir a los fieles que doña Lina estaba allí de cuerpo presente, y que no hicieran caso de los sueños perturbadores obra de Lucifer.

18 de octubre de 2009

UN POEMA CADA DIA, XXII


Un aroma de coñac y arroz con leche
persiste frente al balcón que mira a la alameda.

La justicia
desbocada sobre caballos de acero
cubrió el mantel de Noche Buena.

La abuela amarró sus nietos a las medias,
pero en la noche de pezuñas oxidadas
las mujeres masticaban gritos.

Un barco abrió su vientre
y encubó
desgarros de gaviotas.

Lejos quedó
la casa sin tejado,
y surgió un olor a rata entre ratas muertas.

El arroz con leche
quedó pegado a las paredes,
los cuerpos vacíos, por las sillas
y el humo de los puros, faro de la melancolía.

11 de octubre de 2009

9 de octubre de 2009

REFLEXIONES, XXII

Era uno de esos días luminosos del año, primeras horas de la tarde, cuando las madres esperan a la salida de los colegios, los jubilados salen en parejas a dar una vuelta antes de cenar y por unas horas la ciudad se llena de encanto.
Mi mujer y yo bajábamos por la calle del Pilar y al llegar al cruce con San Clemente vimos unas parejas de jóvenes disfrazados de rumberos y bailoteando sobre la acera. Pensamos que sería una comparsa de carnaval, pues en Santa Cruz, aunque no sea época de carnavales no es raro ver , a veces, comparsas de jóvenes que ensayan sus números durante el año. Es una forma de socializar, de pasar las tardes y con frecuencia se trasladan a las fiestas de algún pueblo para animar el baile de la plaza y cobrar unos euros que les sirvan para comprar los futuros disfraces.
Si algo caracteriza a los tinerfeños es su afición al baile, a la fiesta y al disfraz.
Lola y yo decidimos ir a tomar un refresco a la terraza del parque García Sanabria. Sentados en los veladores, uno puede ver las palmeras, los bambúes, los tuliperos del Gabón, las jacarandas, los flamboyanes y alguna magnolia espléndida. Los críos jugaban y lanzaban gritos de alegría correteando por el recinto infantil al otro lado del reloj floral. Mi mujer pidió dos cervezas y unas aceitunas que el camarero trajo al instante. Todo parecía florido y sonriente aquella tarde que no recuerdo si era de abril o de mayo, porque al poco de estar sentados en la terraza comenzaron a pasar unas sevillanas por la acera de la Clínica Parque. Lola me tocó el brazo y me pidió que me girara para ver las sevillanas. Pero no hizo falta porque justo por la acera cercana a nuestro velador pasó un bolero con una rumba cogidos de la mano. Como no habíamos visto jamás ritmos de música popular andar en pareja por la calle nos quedamos, ¿cómo diría yo?, estupefactos. Pero la tarde fue deslizándose de sorpresa en sorpresa y enseguida vimos un mambo del brazo de una cumbia, un cha-cha-cha con un merengue, guarachas, vallenatos, danzones. Todos los ritmos caribeños que pueda uno imaginar bajaban por la calle Méndez Núñez en dirección a la plaza Militar. Todos los ritmos adornados de volantes, colores luminosos, lunares, collares, flores, maracas y tambores.
Ante un desfile tan irreal, porque en la vida real los ritmos no van solos por la calle. Es, podríamos decir, como si el ritmo fuera dentro de las personas, pero en esta ocasión, no sé si por que era una tarde especial, uno de esos días luminosos de los que hablé al principio, o por lo que fuera, el caso es que los ritmos andaban fuera de los cuerpos, es decir solos.
Antes de llegar a la Plaza Militar, en la misma calle Méndez Núñez está el Ayuntamiento de la ciudad. Pues bien, parece que todos se dirigían a este lugar, y junto con todos los ritmos que se habían concentrado había cantidad de curiosos, entre ellos, ahora, mi mujer y yo.
La escena era muy festiva y tenía un tinte milagroso, pues los ritmos no eran corpóreos y si tuviera que describirlos no sabría que decir; a lo sumo podría silbarlos.
De pronto algo me llamó la atención: llegaron al lugar cinco o seis trajes, trajes de gran calidad, no se veían las marcas comerciales, pero sí sus telas: lana fría auténtica, estambre y seda, hilo, cachemira. En fin, trajes de pijos.
Los trajes se pusieron a bailar como si tuvieran un cuerpo dentro y bailaban estupendamente, bailaban y miraban a la gente con gesto desafiante, pero la gente pasaba de los trajes. Era como si los trajes no estuvieran allí. Sólo algunos nos dimos cuenta de su presencia. Y de repente apareció un juez, gordito, con cara de niño, pero con una determinación judicial en sus actos que no daba lugar a dudas: era un juez con su policía judicial al lado y un secretario apolillado sacado de la oficina de la audiencia. Se acercó a los trajes y les rebuscó los bolsillos. Estaban llenos de billetes de quinientos, de comprobantes de caja de las Islas Caimán, de la Isla de Man y de otros paraísos fiscales. Pero la gente, que hasta aquel momento no parecía enterarse de la presencia de los trajes bailantes, empezó a decirle al juez que dejara en paz a los trajes, que a ellos, es decir al público que miraba a los trajes, lo que le gustaba sobre todo era la música. Y es verdad, a la gente de Santa Cruz, gente de pueblo, gente normal y corriente, no te vayas a creer, gente como tú y como yo, no le interesa mucho lo que llevan los trajes dentro de sus bolsillos, eso son cosas privadas de cada cual, y además éste no era un momento para que un juez llegase y jodiera la fiesta. De eso nada: comenzaron a acompañar a los trajes con ritmos de palmas y los trajes bailaban como locos. Pero el clímax se alcanzó cuando por el balcón del ayuntamiento apareció un “bandolión” y comenzaron a llegar milongas y tangos en pareja. Las milongas estaban desbocadas, como se sabe no son tan melancólicas como los tangos y al pueblo llano, aunque no lleve ni un duro en el bolsillo, le encantan las milongas.
Así pues, vimos al juez que se sentó en un banco de la plaza y esperó a que terminara la fiesta. Y lo hizo por dos razones: primera, porque en aquel momento acababa de ponerse en huelga; segunda, porque los jueces nunca tienen prisa y tercera, porque como se suele decir: ni el dinero ni la querida se pueden esconder.

6 de octubre de 2009

UN POEMA CADA DÍA, XXI

Agradezco la oportunidad que me brindáis de poder decir unas palabras, que no serán muchas ni muy sensatas, porque detesto la sensatez y la cordura en la sobremesa.
En estos tiempos en que la gente tiene a gala ser hábil en el discurso, feroz en la dialéctica y capaz en el análisis matemático, me resulta difícil decir algo que tenga enjundia. Por eso me he acercado con una fórmula matemático literaria que exprese mi opinión (a falta de otras palabras).

Formula:
En una serie de números primos el más primo es el último que llega; aunque, si se haya la raíz (¿cuadrada?) de la serie, se observará que el resultado real es que el más primo es el más inocente.



A los números saludo


A los números redondos yo saludo;
al ocho , mujer discreta,
infinito, si tumbado en el espacio;
al seis, que es al sesenta y nueve,
lo que el nueve:
tan sexuales por la boca,
tan sensuales por los pies.
Odio al siete por perfecto,
y al uno que es lanza mortal.
Al cuatro, silla plebeya, lo rechazo.
Y adoro al tres, culo en popa.
Al cinco ¿qué es el cinco,
sino boca bajo un cuerno?
Pero de tanto guarismo,
al más redondo yo elijo,
al misterioso cero,
que circunscribe a la nada,
que carece de valor
que multiplica por diez
que es redondo como el ojo
y como el ojo del culo
es un riguroso cero
al que llamamos recto.
Finalmente, digo dos,
penitente, acobardado,
monjil sin más, par
primero entre los pares
y como tal insolente.

1 de octubre de 2009

UN POEMA CADA DIA XX

Dejad que hablen los huesos,
que articulen sus palabras necesarias,
que germinen las consonantes
con que se escribió la muerte;
el eco de los tiros de gracia
rebota por las bancadas del coro
y pide ayuda al sistema público de pensiones.

Hoy niños rotos
escarban con dedos septuagenarios.

El aire está cansado de silbar,
el tiempo oxida las cerraduras,
y erosiona piedras centinelas.

Sólo una nube de azúcar
señala con su sombra el lugar exacto.

23 de septiembre de 2009

DE POSTRE MELOCOTÓN




La casa de Ricardo es preciosa. Es una casa construida por él mismo, ladrillo a ladrillo, desde el suelo hasta el techo. Puertas, ventanales, chimeneas, bodegas y jardines.
Ricardo es un hombre muy peculiar. Su profesión es la profesor de física y química en un instituto de educación secundaria. Pero su afición es la arquitectura rural: hace tiempo compró un solar donde había una casa vieja que restauró según los cánones de la llamada arquitectura canaria. Rodeada de retamas y laureles, enseguida la vendió a unos extranjeros y con el dinero se compró otra casa antigua en Lanzarote que también restauró. Las restauraciones le proporcionaron una gran experiencia de los motivos y elementos de la arquitectura insular. Aprendió a localizar puertas de desecho, vigas de casas en derribo, mobiliario de reventa. Y además, él tenía arte y gusto para combinar lo tradicional con lo moderno de forma que adquiriera su toque personal.
Desde la última casa que se construyó Ricardo se divisa la masa forestal del monte del de los Tilos, un macizo boscoso con retamas que se nutre de la humedad de los alisios.
Ricardo nos invitó a almorzar y estábamos sentados en la terraza cerca de de recién terminada barbacoa, entretenidos en mirar al mar, cuando Petra, una de las amigas del grupo, por bromear exclamó que en el mar se veía un cayuco acercándose a la costa.
No sé si por esta razón; nunca le faltan razones al corazón, comenzamos a hablar, entre copas y cafés, de la inmigración y de los inmigrantes.
Como cosa natural mis amigos de sobremesa, inspirados por los dardos de don Federico Jiménez, echaban la culpa de la llegada masiva de africanos a las islas al gobierno zapaterista.
Yo levanté el dedo para decir que me sentía orgulloso de que mi gobierno, o aquella parte del gobierno con la que me sentía afín, cuando se avistaba un cayuco en alta mar, saliera con un guardacostas a buscarlo, que se hiciera una revisión médica a los inmigrantes, que se les diera comida y agua y que se les arropara. Y si se pudiera, see les diera trabajo. Aunque afinando bien, la expresión dar trabajo no es correcta, pues uno no da trabajo, lo que hace realmente es quitarse trabajo. Pero no voy a entrar en disquisiciones semánticas.
Mis amigos de sobremesa se sentían estafados por un gobierno débil, que no hace lo posible por salvaguardar la integridad de nuestras fronteras, y no usa, si es preciso, la armada para convencer a los de los cayucos de lo peligroso que puede resultar desobedecer órdenes militares.
Pregunté a una amiga de sobremesa, de mi edad más o menos, y a un joven, que podía ser mi hijo, si ellos pensaban que habría que disparar para evitar la arribada de los africanos.
-Por lo menos para asustarlos -dijeron.
Las flores de las jardineras echaron una carcajada.
Yo, que siempre tuve un espíritu franciscano, me levanté y le pregunté a la hermana gardenia roja si ella prefería la guerra preventiva o la arribada incontrolada.
Las hojas de una higuera aplaudieron como si hubieran estado esperando mi pregunta, y una de ellas, verde claro, ancha y plana, con un brillo poco común se dirigió a mi y ondulando los nervios de su palma explicó que los melocotones en su origen provenían de China, luego fueron trasladados a Persia, donde se adaptaron tan bien que hay quien les llama “pérsicos” y “damascos” y de allí los trajimos a España. Y hoy, en Canarias los duraznos son fruta de nuestra tierra.
A lo cual yo repliqué, mirando de frente a mis federicos:
-¿Piensan ustedes que los negros africanos deben tener menos derechos que un melocotón?
Y mi amiga de sobremesa y el joven que podía ser mi hijo dijeron casi al unísono que no era lo mismo: “Un melocotón que un negro”.
Dejen que fructifiquen y aprecien su sabor.
-Lo que nos faltaba –exclamaron, mientras arrancaban dos hojas de higuera para hacerse un abanico.

9 de septiembre de 2009

música para el poema

UN POEMA CADA DIA, XVII

Niños africanos

Ruedan los ojos redondos
sin pan ni leche,
entre graznidos
de chatarra,
de hambre
y de voces de dedos descalzos.

Grita el barro en las chavolas,
la araña del muro
y el dengue.

Mi mano dibuja sombras.

Negros ojos,
de mijo y agua,
a golpes de tambor,
de sol
y polvo.

Una canción que le gusta a mi hijo

Por cierto podeis visitar su web de diseño www.tenachico.com

¡Pinchad el Play y disfrutad!

5 de septiembre de 2009

REFLEXIONES,XII




EL PARAISO TERRENAL





"A Maite, un ángel precioso, con rizos dorados cubriéndole la frente y la espada de fuego por los sueños."


Iba yo por el paseo que discurre a lo largo de la desembocadura del Bidasoa en Fuenterrabía donde el río forma un estuario que los locales llaman Txingudi y, a pesar de la fonética un poco ñoña de este topónimo para los hispanohablantes, el lugar es un espejo complice de la belleza del sol al amanecer en el Edén: Hondarribia es el Edén.
En este estuario disfrutan los pescadores, los peces disfrutan, disfrutan los cangrejos en las rocas y los jubilados marchan despreocupados por su último decenio. En hilera, los chinchorros apoyados bocabajo contra el pretil parecen penitentes.
Las calles de la marina de Hondarribia, que en castellano llamamos Fuenterrabía, sin que nadie sepa que rizomas etimológicos operaron este trueque, están flanqueadas por magnolios de hojas brillantes y acartonadas, tamarindos, plátanos y algunas casas señoriales que se cubren de hiedra verde oscura.
Hondar: arena. Hondarribia es un arenal extenso, que ha hecho las delicias de los políticos nacionalistas que copan desde antaño la alcaldía. Tiene rincones acogedores, calles empedradas que suben al castillo, fachadas con escudos labrados sobre las puertas y un horizonte que linda con el país del vino y la elegancia: un Paraíso.
Yo deambulaba por el este del Edén, miraba al mar y sus juegos de luces, cuando de pronto se me apareció San Miguel Arcángel. Mi mujer, que me acompañaba como acompañan las mujeres de los musulmanes a sus maridos -dos metros por detrás, porque no puede seguirme el paso –se quedó embelesada. Y no era para menos. El arcángel era un joven de diecinueve años, rubio, con tirabuzones por la frente y sobre las orejas; los ojos negros con irisaciones violetas. Y la piel dorada, cubierta con una fina capa de miel de abeja.
Le pregunté que qué hacía en Fuenterrabía y que esperaba de mí. Y él sonrió. Porque los ángeles tienen un rictus sonriente y no tienen sexo, y me dijo que él estaba allí porque él vive desde la eternidad en el Paraíso. Comprendí. Tanto mi mujer como yo mismo disfrutábamos de su presencia sin tener malos pensamientos. Llegamos caminando hasta la playa y allí nos acostamos sobre la arena. Lola, así se llama mi esposa, le extendió crema por la espalada; más por afán de tocarle que por la utilidad del hecho, pues es sabido que a los ángeles, y menos a los arcángeles, no se les quema la piel, acostumbrados como están a vivir allá arriba.
Me fijé que cuando se tumbó sobre la toalla, dejó la espada de fuego a un lado. Y le pregunté, mientras mi mujer seguía con los masajes, que por qué tenía una espada si eran pacifistas en el cielo.
Me dijo que era una espada preventiva y que ya no la usaba tanto como en otros tiempos. Pero que Dios tenía mandamientos que había que cumplir por las buenas o por las malas. A mi estas explicaciones del arcángel San Miguel no me convencieron, porque yo pienso que si se es pacifista uno se compra un rueca, se sienta en el suelo o en la playa y comienza a hilar y dejar que Dios se ocupe de uno.
-¡Hombre!, no está bien que te dediques a comer chuletas de buey poco hechas, a cazar palomos y a matar a tus enemigos sin tan siquiera esperar al día del juicio final.
San Miguel me miró sin comprender nada. Él era un guerrero de Cristo Rey, el había echado a Lucifer del Paraíso y ahora era el guardián de las esencias celestiales. Y como Hondarribia –Fuenterrabia – era una parte del Paraíso, él tenía que vigilar lo que ocurría sin dejar de lado su espada de fuego.
Parece que el masaje en la espalda le sentó bien porque se puso en pie y haciendo una pirueta angelical en el aire se zambulló en el agua. La espada de fuego se derritió como si fuera un helado de naranja. Y Lola corrió tras él, porque, según me dijo, se sentía en estado de gracia.
Y es que yo estoy seguro de que lo mejor para sentirse bien es darse masajes en la espalda y olvidarse de los enemigos; que Dios nos juzgará a todos el día del juicio final. Y como decía Aberasturi: “cuando llegue ese día, Él me va a oír”.

2 de septiembre de 2009

UN POEMA CADA DIA, XV


No busques tu rostro en los escaparates ni bajes a los últimos pasillos del metro. Si el sol tiene el tinte elegante de los membrillos en los bodegones, acércate y palpa su textura, absorbe su perfume, muérdele su vientre de carne áspera, siente sus jugos; y cuando harto lo abandones centelleante sobre el borde de una bandeja, verás que poco a poco se evade, porque está vivo y los seres vivos se corroen.

9 de agosto de 2009

UN POEMA CADA DÍA, XIV


No habrá destellos
detrás de tu ladrido;
quizás la espina
en el interior de tu cuerpo despojado,
quizás
la sal,
en gotas de silencio
y el grave
respirar
que araña mis oídos.
Tu piel: tu pelo,
suave y templado a mi mejilla,
el impulso hacia los besos
en la sombra de tu vida
esparcida por el mármol
de la sala
cuyo frío noto en mis pies desnudos.

7 de agosto de 2009

UN POEMA CADA DÍA, XIII

flechas
disparadas
desde el arco
que tensa las palabras
en el frágil equilibrio del sintagma
hilos apenas sostenidos
sílabas contadas
sobre acentos
por el aire

1 de agosto de 2009

REFLEXIONES, XI

ENTRE TRAJES

"Usted no lo sabrá. Los verdaderos “connaisseurs” saben como debe ser el largo de la chaqueta; distinguen entre forro y forrarse"
El domingo pasado salí de casa a las ocho de la mañana para dar un paseo. Después de una hora, me fui a la calle San José con la intención de tomar un café y leer el periódico. Pero, no sé si por lo temprano del día o por qué otra causa, la calle estaba vacía, los bares cerrados y lo único que había, y lucía muy agradable, eran las sombras de los árboles derramadas por el suelo y las flores de los alcorques.
Miré al cielo, y ya estaba azul, celeste, como dios manda. Miré al horizonte y vi el mar y coches que pasaban por la avenida Marítima en dirección a las playas del sur. La charca de la plaza España era un espejo y los destellos de las latas de refresco que los chavales habían arrojado por la noche, dañaban la vista. Miré a los lados de la calle, y también los portales estaban cerrados. Sólo un escaparate tenía vida, porque el dueño, o un empleado despistado había dejado la luz interior encendida. Me acerqué y contemplé los trajes y las camisas que había en exposición. En el suelo del escaparate había una tarjeta con los precios de cada una de las prendas expuestas. Para poder leerla acerqué la nariz al cristal del escaparate y me enteré de que los trajes eran, uno de lana fría, otro de una mezcla de seda con cachemir y las camisas cien por cien algodón. No me dio tiempo a saber nada de las corbatas ni de los calzoncillos; pues al ver mi cara tan pegada al cristal –imaginé yo –los trajes del susto se cayeron al suelo. Yo, con las manos juntas, les pedía perdón, porque por alguna razón que no puedo imaginar, entendía la desazón de los trajes que se comportaban como un pájaro acechado desde el exterior de la jaula por un gato silencioso.
Lo gracioso es que por arte de birlibirloque los trajes salieron del escaparate y me saludaron atentamente. Y yo, debió de ser por la soledad de aquel domingo, acepté su compañía como si tal cosa.
El de lana fría me propuso que fuéramos a algún lugar fresco. Y el de mezclilla seda con cachemir accedió gustoso.
Los trajes tenían una conversación muy animada, aunque intranscendente. Por ejemplo, el de lana decía que no se puede comparar la lana de él mismo con la lana de los trajes de los dependientes de tienda. Me indicó que los mejores trajes los llevaban los presidentes de las grandes compañías.
-¿Y, piensan ustedes que la arruga es bella? –pregunté para intervenir en la conversación.
Ni uno solo de los ojales de los trajes ahorro su carcajada. Que le preguntara a mi mujer, dijeron, mirándose enseguida de arriba abajo con intención de detectar arrugas.
El de seda se desabotonó la americana y comenzó a mostrarme todos los entresijos del traje: los bolsillos laterales, el bolsillo interior para el móvil, el bolsillo izquierdo a la altura del corazón para guardar los disgustos, el del lado derecho para guardar la cartera; la trabilla trasera del pantalón, para ajustarlo; las aperturas laterales de la americana.
-Que no se sabe para qué son –aventuré yo.
-Usted no lo sabrá. Los verdaderos “connaisseurs” saben como debe ser el largo de la chaqueta; distinguen entre forro y forrarse; distinguen entre el largo de la manga y dar la manga; distinguen entre usar el bolsillo y llenarse los bolsillos. Y finalmente saben tanto de trajes que ellos se los pagan cada vez que los compran, pero no guardan el tique de caja.
- ¿Y eso que tiene que ver con ser entendido en trajes? –inquirí.
- Eso mismo pensaba yo antes, -contesto el de lana –pero ahora estoy convencido de que algo tendrá que ver cuando todos ellos, sin excepción, los pagan en billetes de quinientos y no guardan los tiques.

28 de julio de 2009

UN POEMA CADA DÍA, XII


Érase un vez
un árbol redondo
al que le gustaba hablar
con sus hojas que eran para él
hijos de una gran familia numerosa.
Las hojas no siempre entendían todo lo que
les decía, pues el árbol era viejo y le gustaba
dar consejos, y hartas de tanta monserga,
unas se largaban del árbol y fueron ca-
ducas, otras iban al Paraíso y eran
taparrabos y otras sin saber qué
hacer, se quedaban en casa
dando sombra a los
domingueros
y estos comían,
jugaban,
bebían,
reían,
yyy
yyy
yyy
yyy
yyy
yyy

encendían un cigarrillo
y acababan con los problemas de las hojas del árbol . Un beso y sombra
. JT

24 de julio de 2009

UN POEMA CADA DÍA, IX


Yo soy

Soy mis mínimos gestos,
temor
o esperanza.

Línea y color,
el iris,
y la posibilidad del habla.

Emoción de la armonía,
su discurso,
su concepto.

No soy el templo;
sólo sus sensaciones.

Y mi credo.

22 de julio de 2009

REFLEXIONES, VIII


No todo me ocurre en casa, pero últimamente mi relación con el entorno se ha convertido en un toma y daca del que yo salgo muy beneficiado, pues los objetos, que llamamos inanimados, en la realidad, son seres que ocupan un lugar de emoción en nuestras vidas y como tales están tan presentes en ella como por ejemplo el alma, a la que jamás hemos visto y hay personas que todas las noches rezan un rosario por ella.
Estaba solo en casa sin saber con quien hablar y, para satisfacer mi relación afectiva con el entorno, busqué algún objeto con el que entablar conversación. Lo primero que se me ocurrió fue abrir los armarios con el afán de encontrar algo a lo que dirigir mis opiniones o simplemente mi mirada. El motivo por el que rebusco en los armarios es porque armario viene de arma: lugar para guardar armas. Y las armas, fusiles, pistolas o cañones de artillería tienen un alma que está localizada en el interior del cañón. Por eso creo yo que los misterios de los armarios provienen de su alma etimológica.
Como estaba diciendo, en la búsqueda sólo encontraba vestidos de mi mujer, que no son propiamente objetos, sino prendas de vestir, y también zapatos. La verdad es que no me apetecía hablar con ellos, bastante arrastrada es la vida de uno mismo como para ponerse a oír la vida de los zapatos. Luego encontré un cajón con bragas y sujetadores, mucho más sugerentes, pero no era el momento; así que continué buscando hasta que di con un compartimiento de bolsos. Miré y los encontré sonrientes, ariscos, pendencieros, góticos, posmodernos. Todo según el rictus que ofrecía su embocadura, pues la abertura de los bolsos es muy diversa: algunos tienen su contorno forrado de cuero como si fuesen labios de silicona, otros la tienen con dos perlas de acero que se abrazan como un “piercing” en el centro de los labios y los hay que tienen como una solapa que los amordaza, tapándoles las boca. Cogí uno de éstos y le levanté la solapa para ver lo que había dentro. Acerqué los ojos. Pero como es lógico al acercar los ojos también acerqué los oídos y sentí una voz grave y lejana. “¡Toma, una garganta profunda!”, exclamé para mis adentros. Y seguí escuchando con atención.
El bolso me contó que ellos no son prendas para vestir a las señoras ni a los señores, son más bien complementos que se adaptan estéticamente a la vestimenta. Que guardan secretos íntimos: en agendas, en teléfonos móviles, en pañuelitos y, en las últimas décadas, condones. “Nosotros”, me contaba “podemos ser bellos, lujosos, joyas como las mismas joyas o baratos y estrafalarios. Los hay de cinco euros en los mercadillos y de cinco mil euros en las boutiques de moda. Podemos ser una pieza de regalo Louis Vuitton o una antigüedad de Porto Bello. Nos eligen como presente en San Valentín o para comprar voluntades. Como insinúa doña Barberá, todos los políticos reciben regalos y no cabe duda de que nosotros estamos en la primera línea".
Me acerqué a la garganta del bolso y casi metiéndole la lengua en su laringe le pregunté:
-¿ Y a ti quién te ha contado esto, la policía o el Bigotes?
Pero en lugar de escuchar una sonora carcajada, como yo esperaba, oí el ruido de un desagüe, y me quedé perplejo.

20 de julio de 2009

UN POEMA CADA DÍA, XI


Tiempo es fuga.



Fría la sangre

en la sombra del muro

que es quietud y es morada.



Secos injertos.



Lagarto al sol

y polvo al agua:

siembra de silencio

por la vida.

14 de julio de 2009

REFLEXIONES, VII


Asamblea de vecinos.

El martes pasado fui a visitar al psiquiatra con el fin de pedirle ayuda, pues cada día entiendo menos lo que ocurre a mi alrededor. Digo esto, porque como dice el proverbio latino: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto”, que en román paladíno, la lengua con la que habla el pueblo a su vecino, quiere decir que soy humano y nada humano me es ajeno.
Así, pues, cuando una blogera como Kim Basinger nos lanza una de esas noticias “mueveconciencias” yo me cabreo, y esto es un ejemplo de que lo humano me interesa. Claro, ¿no?
Y bien, el martes, como os decía, fui al psiquiatra y le conté mi desazón, que no aguantaba más, que sabía que vivíamos en democracia y que en democracia cada cual es un individuo, único e intransferible; pero que yo me encontraba muy raro, que cada día estaba más solo, y que casi nadie quiere platicar conmigo.
Mi mujer dice, le dije yo al psiquiatra, que no quieren hablar conmigo porque siempre doy la vara con problemas, que si les hablara de Cristiano Ronaldo ya vería como tenía éxito y todo el mundo me aceptaría.
Naturalmente, mi mujer dice eso porque es muy sensata, pero yo detesto la sensatez y la cordura. “¿Qué le parece doctor?”, añadí, mientras miraba a un cuadro abstracto de tonos suaves colgado frente al sillón de la consulta.
Y el doctor me recomendó que echase fuera de mí todo lo malo, que aireara mi interior, que no retuviera mis problemas, que los dejase hablar.
Salí de la consulta y me dirigí a casa cabizbajo. Entré en el piso, fui a la nevera y me puse una cerveza fría en una jarra. Me la bebí de un trago y sin respirar. Luego hice como en las películas americanas: fui al mueble bar y me serví un whisky con hielo, me coloqué detrás de la ventana y fui pimplando poco a poco. Mientras bebía prepare un plan: pasé al comedor y me abrí en canal. Saqué el hígado y lo coloqué en un extremo de la mesa, saqué el corazón y lo coloqué en el otro extremo, luego hice lo mismo con el bazo, con el páncreas, con los dos riñones, con los intestinos, con los pulmones, con la vejiga de la orina y con la próstata. Como están imaginando coloqué todas las partes blandas de mi cuerpo alrededor de la mesa como si estuvieran en una asamblea general de vecinos. Finalmente me senté en un sillón que había en un rincón de la sala, abierto en canal como si fuera un armario, para observar la reunión.
Allí estaban todos mis órganos interiores dispuestos a debatir y echar al aire sus problemas. El primero en hablar fue el corazón que dijo que el corazón tiene razones que la razón no comprende. Al decir esto todos me miraron sin decir nada. El hígado respondió que lo malo para él era el paté de cerdo, los huevos y el vino, y sobretodo los disgustos.
El bazo y el páncreas levantaron la mano y dijeron cosas complejas, porque ellos son órganos complejos, adujeron; pero los demás órganos no entendieron su discurso, y la lengua, que hacía de mediadora, tiesa en el interior de un cenicero, pasó el turno a los riñones. Estos fueron contundentes, echaron la culpa de todos sus problemas a cada uno de los órganos del tránsito digestivo y añadieron que la responsabilidad superior le correspondía a la voluntad. Y al decirlo me señalaron a mi, que estaba callado y sentado, abierto en canal en un sillón del rincón del cuarto, como ya dije.
Levanté el dedo índice y pedí la palabra. Pero mi lengua estaba en el centro del cenicero, y ,aunque yo hablaba, nadie me oía. Y de ella, es decir, de la lengua salían unos silbidos graves y agudos correspondientes a un discurso que adivinamos cargado de sentido, pero inaudible.
Como pueden apreciar la reunión no nos llevó a ninguna parte ni solucionó ningún problema. El intestino ciego no veía nada claro y el intestino grueso declaró que toda la reunión era demasiado visceral y sin seso.
Yo no suelo estar de acuerdo con el intestino grueso en general, pero en esta ocasión tenía toda la razón. Y me di cuenta de que tanta visceralidad no nos llevaba a ninguna parte, pues aunque digamos que los problemas humanos los llevamos dentro, yo he descubierto que los problemas personales no existen, sino que el mundo está lleno de problemas y el pobre ser humano(hembra o varón) no sabe qué hacer con ellos.

10 de julio de 2009

UN POEMA CADA DIA, X


La tristeza nace
en la adversidad
y emerge.

Es protesta silenciosa,
que se interna en las sentinas del ser
y nos ahoga.

Pedernal duro y constante
que horada el silencio
y proclama desasosiego.
Foto de Tony Foushe

6 de julio de 2009

REFLEXIONES, VI


En el dentista

Cuando me senté en el sillón del dentista, me sudaban las manos. Respiré utilizando sólo los conductos nasales y parece que la estrategia hizo efecto porque al momento comencé a sentirme más relajado.
Me habían hecho un injerto de hueso en el maxilar superior y hoy iba a hacerme una revisión.
La enfermera era una chica pequeña que me recordaba a una amiga de adolescencia a la que llamábamos quince céntimos. Era redondita, con una cara que salía de detrás de una melena negra, recortada alrededor de la nuca. Sus ojos eran como dos pececitos verdes debajo del flequillo.
Me pidió que abriera la boca, y en ese momento volví a ponerme nervioso y la estrategia de concentración no surtía efecto. Tampoco podía respirar por la nariz y tuve que hacerlo por la boca.
Miraba a la enfermera y daba gracias a dios de que llevara una mascarilla pues yo, además de respirar descontroladamente, estaba a punto de echar un eructo.
Oí que dijo “abra más”. Y volvió a repetir “más, más, don Joaquín “ –era muy cariñosa.
Yo obedecí y abrí la boca más, más, como ella me pedía. Noté el pinchazo de la anestesia, varios pinchazos y a continuación la quince céntimos se separó de la silla y salió de la sala.
Cuando volvió ya no sentía ni los labios ni el paladar ni la lengua. Volvió a meter el instrumental en mi boca y a rascar con fuerza. Yo no estaba en condiciones de preguntar qué me hacía, pero ella susurraba:
–Muy bien , don Joaquín, está todo muy bien. Abra la boca un poco más. Le está quedando perfecto.
Y no sé si por la anestesia o porqué, me estaba quedando dormido.
-Abra un poco más, don.
Yo quería preguntar que porqué tenía que abrir tanto la boca. Pero, con los maxilares anestesiados, no sentía nada y obedecí sin más.
-Mire, don Joaquín, los dentistas venimos observando que ya hay muchas personas que están desarrollando este ligamento flexible que posibilita abrir la boca hasta que se pueda tragar cualquier cosa. Ocurre más en los hombres que en las mujeres; y como dice el doctor –se refería al dueño de la consulta, un reputado odontólogo, decano de la asociación carpetovetónica de estomatología al que llamaré X –este hecho se debe a una evolución repentina de la especie: el hombre moderno necesita unas grandes tragaderas para digerir todo lo que le echan y por razones desconocidas hay mucho varones que han desarrollado este ligamento al que el doctor X le llama “boa constrictor ligament” . Y nosotros, en esta clínica aprovechamos el momento de los injertos para precipitar la adaptación. Es como si le diéramos un empujoncito a la evolución de la especie.
Con la boca completamente abierta yo me tragaba todo lo que me decía aquella especie de bombón vestido de enfermera.
Y me imaginaba lo fácil que iba a ser en adelante cuando me hablaran de la presunción de inocencia, de la necesidad de bajar los impuestos sin afectar a los servicios sociales, de la diferencia entre anulación de matrimonio y divorcio o de lo buena que es Cristina Kichner. Porque esos asuntos antes de acudir a la clínica no me los tragaba; pero a partir de aquella intervención las cosas cambiarían radicalmente.
En eso, la quince céntimos puso las tetas cerca de mi boca. Yo creo que lo hizo sin querer, porque estaba embebida en el “boa constrictor ligament”, y la verdad es que no me pude aguantar y me la tragué.
A continuación caí en un profundo letargo, es decir que me quedé roque, y como dice el doctor X, es la fase necesaria para digerir lo deglutido. Y con la chica dentro de mí no sabía si era un sueño o efectos de la anestesia. Pero fuere lo que fuere, ya había empezado a experimentar lo fabuloso
que era tener unas buenas tragaderas.

5 de julio de 2009

UN POEMA CADA DIA,IX


Dijo que somos materia de sueños,
alimento de agujeros negros,
hijos de un dios antropófago,
palomas perdidas por el cosmos,
y palabras
que reviven en otros hombres
cada día.

30 de junio de 2009

REFLEXIONES, V

El tenedor

Yo nunca sueño porque la realidad se me impone de tal manera que no me deja soñar.
Ayer, mientras mi mujer terminaba la comida, yo puse la mesa. Y, aunque trabajé muchos años en un hotel de lujo en Inglaterra, a veces pongo los cubiertos de forma incorrecta, es decir, que coloco la cuchara y el tenedor a la derecha del plato y el cuchillo lo dejo solo en la izquierda. Bueno, pues estaba esperando a que Lola me sirviera la comida cuando de reojo vi que el tenedor le daba pinchacitos a la cuchara.
Ya está la realidad haciendo de las suyas, pensé. Y volví la cara hacia otro lado para que el tenedor no me viera. Y poco a poco, el pelo pincho se acercó tanto a la cuchara que si no estoy allí se la pasa por la piedra. Acudí, por solidaridad en ayuda de la cuchara y como las cucharas no hablan pensé que la pobre no iba a poder desfogarse contándome sus penas.
Fui al grifo y la lavé con agua fresca, la sequé con un paño de lino y cuando la iba a meter en el cajón pensé: “una imagen vale más que mil palabras”. Así, pues, me miré en la parte cóncava de la cuchara para que ella me viera, pero la realidad me mostró una cara de melón que no quiero recordarla. Luego le di la vuelta y no me miré en la parte convexa porque podía ser peor. Finalmente la metí en el cajón de los cubiertos enredada entre todas sus colegas.
El tenedor seguía en su sitio, hirsuto, crispado. Si la cuchara es símbolo de la pobreza, el tenedor es símbolo de la carne desgarrada. Se dice, injustamente, que algunas personas viven a la sopa boba, pero eso es una incorrección del lenguaje, pues los que así viven se alimentan más de tenedor que de cuchara.
Pero volvamos a la realidad. Cogí el tenedor y comencé a frotarlo como hacía Uri Geller , y de pronto noté que con mis caricias se ponía tieso. Yo nunca he sido tenedofiflo, ni cuchillofilo ni nada de eso, así que lo metí debajo del grifo para ver si se calmaba, lo sequé y lo coloqué sobre la mesa con un diccionario encima, esperando que se aplacara por el efecto de las palabras.
Convencí a mi mujer para que comiéramos sin cubiertos, lo cual fue difícil porque ella es una soñadora y no se imagina la vida sin ciertos hábitos.
Cuando terminamos de comer volví a la cocina y vi el tenedor más plano, como si le hubiera convencido el diccionario; pero el diccionario estaba abierto de bruces en el suelo. Lo recogí y lo llevé a la balda donde las novelas de ficción viven en silencio.

28 de junio de 2009

UN POEMA CADA DÍA, VIII




Mareo: palabra de mar, constante, de nausea de mar, de hartazgo de mar, de insolencia, de frontera inabarcable, de ruta sin bordes. Vómitos de la serpiente, hedor de sal, de lengua seca, de estómago de hambre, de piel sarnosa, de llagas en las ingles.

¿Dónde duermen, cuándo, cómo?

Que lo diga el precepto dominical, el libro caritativo, la carcajada de la pena, la carcajada de soberbia, los que no han visto la letrina sin salida.

Llegan hacinados, sentados, pierna sobre pierna, codo contra hueso, entre circuitos de sangre negra.

El hambre. El agua busca sus caminos. La arena avanza. SIDA, Guerra y cópula que ignora la esperanza.

Colas de lagarto se agitan sobre el pavimento buscando una rifa de sepelios.

26 de junio de 2009

UN POEMA CADA DIA, VII

Hoy mismo

El sol raja
los confines de la boca.

Nadie habla.
Nadie mira.

Los pinos
entonan un letanía de quebrantos
y sus agujas son la pira de próximos incendios.

Agua de mar.

Yo fui el último ciego
que buscaba astros en la orilla.

Todo parecía fácil,
bajo el dióxido de carbono
y el arrullo de motores.

25 de junio de 2009

LA CRISIS

El día del Corpus fui con mi mujer a un hotel de la costa de Tenerife a pasar el fin de semana. Como estamos en crisis, no había nadie, ni un coche en la puerta ni porteros ni vecinos. Entre las plantas de las jardineras de la puerta se deslizó un lagarto.
Entramos y en la recepción había una máquina donde metías tu VISA u otra tarjeta de crédito y te salía la llave de la habitación. Con la llave de la habitación llamabas al montacargas para que te subieran las maletas, donde una voz te preguntaba: ¿Desea usted que le subamos las maletas a su habitación? Si lo desea diga sí. En caso contrario diga cancelar. Yo dije sí, naturalmente, y la voz me pidió que dijera el número de la habitación: siete, seis, dos le dije cuidadosamente, e de inmediato el montacargas se llevó las maletas.
Como estamos en crisis no encontramos a ninguna camarera por los pasillos, y en la habitación una carta de bienvenida nos decía que las bebidas estaban en la neverita de debajo del escritorio y que en allí mismo encontraríamos unas bolsas de papas con diferentes gustos y chuches. La habitación era preciosa, con vistas al mar.

Mi mujer me dijo que quería que le planchasen la falda para la cena. Cogí el teléfono, porque en los hoteles, si hay que hablar, siempre soy yo el que llama por teléfono. Una voz me dijo, que si era español, dijera sí; que si era inglés, dijera, yes. Y así hasta cuatro idiomas que me ahorro relatar para no cansarles. Dije sí y la misma voz me dijo que en el armario había una bolsa grande de plástico donde podía colgar la ropa que deseara planchar, que la enchufara y en cinco o seis minutos estaría planchada. Abrí el armario, y, efectivamente encontré la bolsa y mi mujer se planchó la falda y aprovechó para dar un garbeo a mi traje de lino blanco y a la camisa.
Luego, me di cuenta de que en la puerta de entrada un cartel avisaba de que debido a la crisis el bufé se servía de ocho a diez y que a partir de esa hora las puertas del comedor cerraban hasta la mañana siguiente..
Bajamos, y un suculento bufé estaba servido sobre una barra circular en el centro del salón.
Mi mujer, a quien le gusta mucho hablar con los vecinos de mesa, se sentó junto a los únicos comensales que había: un matrimonio de unos cincuenta y tantos, grueso él, en mangas de camisa, con marcas de sudor en las axilas. Estaba comiendo un revuelto de setas que según le dijo su esposa a la mía estaba riquísimo; pero aunque las setas no tienen espinas, el hombre se hurgaba los dientes con una uña multiuso. La mujer llevaba un vestido de tirantes, color rojo, con unos volantes en el bajo de la falda. Era de una tela como de gasa o de seda -yo no entiendo de telas-, que le marcaba los dos o tres michelines que rodeaban su silueta.
A pesar de su ordinariez, era gente amable: cuando se sirvieron el vino, al ver que nosotros aun no teníamos la bebida sobre la mesa, nos invitaron a tomar un poco del suyo.
Mi mujer enseguida exclamó:
-¡Qué bárbaro, somos los únicos del hotel!
-Si, -dijo el hombre –es la crisis.
-¿Y el personal? Parece como si no trabajara nadie en este hotel. Por lo menos nos harán las camas.
-Oh, sí. Este es un hotel inteligente, casi todo es automático.
-¡Pero es que no hemos visto ni una camarera! -Remarcó mi esposa.
Cuando terminamos de cenar, el señor me mostró un botón que había en un lateral de la mesa por donde los platos y los cubiertos se iban solos hacía el lavaplatos. Y que si apretabas a otro botón verde la mesa se limpiaba sola, como los hornos eléctricos.
Lo hicimos y el señor gordo nos comentó que a la mañana siguiente todo estaría listo para el desayuno.
Nuestra admiración era tal que ni mi mujer ni yo nos fijamos más en los michelines ni en la sobaquera del matrimonio. Leocadio, así se llamaba el vecino de mesa, nos llevó hacia el jardín donde había un bar y, al igual que ocurriera en la recepción, metiendo la tarjeta en una ranura, pedías la bebida y te salía servida sobre una bandejita, el vaso con su rajita de fruta en el borde y su pajita de color.
Leocadio nos condujo a una mesa situada en el centro, frente a un estanque cuajado de peces de colores, principalmente verdes y azules. Nos explicó que era una concentración de peces que estaban allí esperando a que pasara la crisis. Algunos tenían las escamas sueltas y un aspecto moribundo. Se debía, me dijo Leo (así le llamaba su mujer) a que les había faltado el oxígeno. Pero otros tenían muy buen aspecto.
-Ve, usted aquel de allí. Es un pez lagarto de la costa esmeralda. Esos aros que tiene cerca de las aletas laterales son una reserva que les ayuda a sobrevivir cuando el nivel de oxigeno en el agua disminuye. Y aquellos con placas plateadas en las agallas, es lo mismo, pura defensa para sobrevivir a momentos de penuria.
Leo dominaba la piscicultura, y me habló de infinidad de peces: el cirujano azul, el pez mariposa de cola roja, damisiela verde, emperador y hasta me hablo de un pez picasso de antifaz. Yo estaba admirado de sus conocimientos.
-¿Y por qué están todos tan gordo? –Le pregunté.
-Paciencia –Hizo un gesto con la palma de la mano, luego llegaremos a eso. Mientras mi mujer y la suya se sentaron cerca de otro estanque, donde nadaban unos pececillos, casi todos rojos y pequeñines.
-¿No ha oído usted lo de que el pez gordo se come al chico?
-Naturalmente, lo he oído, no una, sino mil veces.
-Pues, mire bien, mire.-Allí miles de pececitos diminutos daban boqueadas tratando de sobrevivir a lo que parecía una muerte inminente.
-Cada día un montón de estos pececillos se traspasan al otro estanque, para que se los coman. A estos sí que les falta oxígeno, pero son tan débiles que no hay ningún banco de peces donde poder arrojarlos para que sobrevivan.
-¿Y quien los saca de la charca?, en el hotel no veo que trabaje nadie.
- Bueno, eso es verdad, pero le declararé un secreto –me dio un pellizco en el cachete, como hacía Marlon Brando en la película “El padrino” y acercando el aliento de revuelto de setas con ajetes a mi oído, susurró –Yo soy el alcalde de este municipio, y me encargo de los peces gordos y de los otros. Todo queda limpio al final del día, y cuando acabe la crisis ya veremos.

Fin

24 de junio de 2009

UN POEMA CADA DIA, VI

Memoria

Mírame desde la foto;
soy yo,
y ya no me respondes
desde la nada en blanco y negro.

22 de junio de 2009

UN POEMA CADA DÍA, V


¡Oh, Dios!

Reparte las letras de tu nombre,
que cada cual obtenga su fonema,
la melodía y sus acentos.

Haz que se multipliquen tus milagros:
que los grandes aguaceros
rieguen los barbechos,
y que el mar tenga rutas de esperanza
cuando despierten los alacranes.

Haz que crezcan
frutas en árboles bendecidos,
que sean dulces los océanos,
y que no haya lobos en las fases de la luna.


Reparte tu nombre,
extiende la lógica del verbo,
y no permitas la unión
de capital y tiempo.