5 de septiembre de 2009

REFLEXIONES,XII




EL PARAISO TERRENAL





"A Maite, un ángel precioso, con rizos dorados cubriéndole la frente y la espada de fuego por los sueños."


Iba yo por el paseo que discurre a lo largo de la desembocadura del Bidasoa en Fuenterrabía donde el río forma un estuario que los locales llaman Txingudi y, a pesar de la fonética un poco ñoña de este topónimo para los hispanohablantes, el lugar es un espejo complice de la belleza del sol al amanecer en el Edén: Hondarribia es el Edén.
En este estuario disfrutan los pescadores, los peces disfrutan, disfrutan los cangrejos en las rocas y los jubilados marchan despreocupados por su último decenio. En hilera, los chinchorros apoyados bocabajo contra el pretil parecen penitentes.
Las calles de la marina de Hondarribia, que en castellano llamamos Fuenterrabía, sin que nadie sepa que rizomas etimológicos operaron este trueque, están flanqueadas por magnolios de hojas brillantes y acartonadas, tamarindos, plátanos y algunas casas señoriales que se cubren de hiedra verde oscura.
Hondar: arena. Hondarribia es un arenal extenso, que ha hecho las delicias de los políticos nacionalistas que copan desde antaño la alcaldía. Tiene rincones acogedores, calles empedradas que suben al castillo, fachadas con escudos labrados sobre las puertas y un horizonte que linda con el país del vino y la elegancia: un Paraíso.
Yo deambulaba por el este del Edén, miraba al mar y sus juegos de luces, cuando de pronto se me apareció San Miguel Arcángel. Mi mujer, que me acompañaba como acompañan las mujeres de los musulmanes a sus maridos -dos metros por detrás, porque no puede seguirme el paso –se quedó embelesada. Y no era para menos. El arcángel era un joven de diecinueve años, rubio, con tirabuzones por la frente y sobre las orejas; los ojos negros con irisaciones violetas. Y la piel dorada, cubierta con una fina capa de miel de abeja.
Le pregunté que qué hacía en Fuenterrabía y que esperaba de mí. Y él sonrió. Porque los ángeles tienen un rictus sonriente y no tienen sexo, y me dijo que él estaba allí porque él vive desde la eternidad en el Paraíso. Comprendí. Tanto mi mujer como yo mismo disfrutábamos de su presencia sin tener malos pensamientos. Llegamos caminando hasta la playa y allí nos acostamos sobre la arena. Lola, así se llama mi esposa, le extendió crema por la espalada; más por afán de tocarle que por la utilidad del hecho, pues es sabido que a los ángeles, y menos a los arcángeles, no se les quema la piel, acostumbrados como están a vivir allá arriba.
Me fijé que cuando se tumbó sobre la toalla, dejó la espada de fuego a un lado. Y le pregunté, mientras mi mujer seguía con los masajes, que por qué tenía una espada si eran pacifistas en el cielo.
Me dijo que era una espada preventiva y que ya no la usaba tanto como en otros tiempos. Pero que Dios tenía mandamientos que había que cumplir por las buenas o por las malas. A mi estas explicaciones del arcángel San Miguel no me convencieron, porque yo pienso que si se es pacifista uno se compra un rueca, se sienta en el suelo o en la playa y comienza a hilar y dejar que Dios se ocupe de uno.
-¡Hombre!, no está bien que te dediques a comer chuletas de buey poco hechas, a cazar palomos y a matar a tus enemigos sin tan siquiera esperar al día del juicio final.
San Miguel me miró sin comprender nada. Él era un guerrero de Cristo Rey, el había echado a Lucifer del Paraíso y ahora era el guardián de las esencias celestiales. Y como Hondarribia –Fuenterrabia – era una parte del Paraíso, él tenía que vigilar lo que ocurría sin dejar de lado su espada de fuego.
Parece que el masaje en la espalda le sentó bien porque se puso en pie y haciendo una pirueta angelical en el aire se zambulló en el agua. La espada de fuego se derritió como si fuera un helado de naranja. Y Lola corrió tras él, porque, según me dijo, se sentía en estado de gracia.
Y es que yo estoy seguro de que lo mejor para sentirse bien es darse masajes en la espalda y olvidarse de los enemigos; que Dios nos juzgará a todos el día del juicio final. Y como decía Aberasturi: “cuando llegue ese día, Él me va a oír”.

2 comentarios:

Joaquín dijo...

hago mi comentario, me cuesta pensarla como ricitos de oro, ahora lo de la espada ya me pega más... me ha gustado mucho!!!!

JOAKO dijo...

¡Caramba!, vas a creer que soy un mal pensado, pero el post me parece un canto a la homosexualidad o a los trios con matrimonio "madurito", lamento hacer estas lecturas, el otro dia besos por sesos y ahora esto. No conozco Fuenterrabía (Hondarribia), pero seguro que es el paraiso.
No te lo tomes a mal, detesto ser complaciente.