5 de noviembre de 2009

REFLEXIONES




Hipo

Ayer entré en una taberna que hay enfrente de mi casa porque tenía hipo. Existe una creencia según la cual si te bebes un vaso de agua con un cuchillo dentro, evitando que el cuchillo se salga del vaso mientras ingieres el agua, se te quita el hipo.
Bueno, entré en la taberna donde casi todas las mesas estaban ocupadas, pero una camarera de ojos azules, pelo negro y unas curvas emocionantes me atendió. Y no sé si fueron los ojos, el pelo o las curvas, pero el hipo desapareció ipso facto. Me senté a una mesita con dos cubiertos que estaba situada casi en el centro del restaurante. Me dio la carta: un listado de tapas andaluzas de entre las cuales la camarera, que me había quitado el hipo, me recomendó el gazpacho cordobés. Nunca había comido gazpacho cordobés, pero la joven me sonrió y me guiñó el ojo, a la vez que me decía que era la especialidad de la casa. Le pedí un vaso de vino tinto y enseguida me sirvió un Rioja que me pareció muy fuerte. Además como yo quería que la chica estuviera más tiempo conmigo, le pedí que me trajera una botella de Ribera del Duero. “Un riberita”, dijo, “le voy a dar uno que le gustará”.
Cogí la botella que me mostró como hacen los somelieres de los restaurantes de cocina creativa, y me puse a leer esa parte donde dicen que el vino es redondo en boca, con aromas de frutos del bosque y vainilla y ligero. A decir verdad, todas estas generalidades sobre el vino a mí no me importaban nada, yo me conformaba con leer y a la vez que leía observar a la camarera desde la cintura hasta la mitad de los muslos, perfectamente embutidos en unos pantalones que no sabría decir si eran de licra o de punto. Me sirvió el riberita y cuando acabé el buchito que me había servido, dijo, “¿rico, eh?” . Riquísimo, corroboré.
Desgraciadamente, las otras mesas estaban esperando sus consumiciones y la muchacha se largó de mi mesa y pronto apareció con varios platos en la mano para colocarlos dos mesas más allá, y así todo el rato hasta que yo que me despisto viendo una mosca volar, comencé a pensar en las cosas de la vida, y entre ellas llegó a mi memoria lo que había leído en el periódico de la mañana, que no era sino que Ángela Merkel había ofrecido en su campaña electoral rebajar los impuestos en veinticuatro mil millones de euros. Estas cantidades despistan mucho, y además de despistar vuelven loco a cualquiera. Yo, saqué mi calculadora y salvo error u omisión enseguida pensé: “¿cuántos habitantes hay en Canarias? Si dividimos los 24 mil millones entre los 2 millones de habitantes de Canarias nos da una cifra de doce mil euros por barba. Como la mayoría de las familias es de cuatro miembros, eso quiere decir que a cada familia de padre y dos hijos les corresponderían 48 mil euros. Pero vayámonos a África, donde con doce mil euros, es decir con mil euros al mes durante un año, una familia es millonaria. O repartamos este dinero entre los habitantes de mi pueblo, que sólo tiene 12 mil habitantes; a estos “luky” vecinos les tocarían dos millones de euros por persona.
De repente la camarera me trajo el gazpacho cordobés, una especie de crema aceitosa, con sabor a tomate y ajo, sabrosísimo. Ella se me acercó y me dijo como si me comunicara un secreto: “se le va a caer la baba”. Yo estaba un poco confuso con el reparto de millones del gobierno alemán y en ese momento me quedé cortado y casi víctima de un nuevo ataque de hipo, pues la palabra baba me hizo dar cuenta de que tenía sesenta y siete y ella apenas veintitantos.
Para entonces ya le había pedido una ración de chocos a la plancha y más vino. Los chocos debían de estar congelados o dios sabe en qué mar porque tardaron un montón en traérmelos. Tantos que volví a pensar en Ángela Merkel y en la dichosa bajada de impuestos. Tuve tiempo de beberme otros dos vasos de riberita y otro más que me sirvió un camarero colega de mi camarera cuyo nombre ahora ya sabía: Lourdes.
Terminé los chocos y en lugar de pedir un postre le pregunté a Lourdes si sabía preparar bien el gin tonic. “Todo lo hago estupendamente”, contestó. Y pocos minutos después apareció con el gin tonic servido en copa grande, con una voluta de cáscara de limón asomando por el borde del cristal y la tónica espumante saltando sobre el hielo. El gazpacho cordobés, los chocos y unas aceitunas que llegaron sin pedir me dieron una sed sahariana, que el vino tinto no aplacó en absoluto, así que el frescor de la combinación entró en mi boca como un beso soñado de la camarera.
Lourdes me ofreció un bienmesabe de almendra delicioso que era casi una obligación probarlo. Me lo sirvió con una bola de helado. Le pedí otro gin tonic.
En una mesa del rincón un joven vestido con camisa y pantalón negros comenzó a rasgar una guitarra. Yo no sé si por los gin tonics o porque el tío tocaba muy bien me quedé embelesado. Pero antes de que terminara la pieza tuve que ir al baño. Seguramente ustedes ya saben que el gin tonic es diurético. Bueno eso dicen mis amigos y cada vez que lo bebo tengo que ir a orinar un montón de veces. En una de estas vueltas, cuando llegué a la mesa me encontré con una nueva ginebra con tónica y Lourdes se acercó y me dijo que ésta era invitación de la casa. Y me preguntó si me gustaba el guitarrista. Le dije que me encantaba, que me gustaba como tocaba y su repertorio ( la verdad es que no tengo ni idea), pero antes de terminar mi replica le dije a Lourdes que perdonara que tenía que ir al aseo. A estas alturas de la noche Lourdes y todos los camareros se habían percatado de la cantidad de vueltas que yo daba al baño, y es que lo malo no es solamente el efecto diurético de la combinación; sino que hiperplasia típica de un hombre de sesenta y siete años obliga a que la micción sea una especie de gota a gota de lo más lento.
Al pagar la cuenta la camarera me miró sonriente y me preguntó que me había gustado más el gazpacho cordobés o el gin tonic. Le di treinta euros de propina y ella a mi, un besito en la frente.

3 comentarios:

Kim Basinguer dijo...

¿No le dijiste que lo que más te había gustado no era ninguna de esas dos cosas?
¿Al menos los pensaste? Que pregunta más tonta...

María dijo...

¡¡Ay, Joaquín, Joaquín!! ¡¡Cómo me he reído!!

No hay nada más cautivador, que ver a alguien reconociendo sus debilidades, con una sonrisa.

Es que no me extraña nada que Lourdes al final te diera un besito, de rico que eres...ja,ja,ja,ja.
A ver, quien se toma todo lo que tú te tomaste, sólo por una sonrisa de la camarera...¡¡Lo que no sé es como no te dio al final, un beso de tornillo!!..,ja,ja.

Muchos besos.

JOAKO dijo...

Me caguen!! yo estoy a filo de no poder mirar ya más que a Angelas Merkel, tengo 42...
Pero me alegra sobremanera que en al menos un ser humano del planeta de género masculino, le quede los sesenta y tantos una porción de testosterona suficiente como para escribir este relato.Por lo que a mi me espera se entiende...no se si lo he mejorado...mejor me callo...