4 de agosto de 2010

El surfista





Hace unos años yo iba al colegio de Tamaimo. La directora era una señora peninsular muy simpática, que me animaba siempre para que estudiara. Decía que yo era un chico inteligente, pero vago.
-Herminia –le decía a mi madre – a Sergio hay que obligarle a estudiar. Es un chico bueno, pero no se concentra. Oblíguele.
Pero yo ya les había dicho a mis padres que no me gustaba estudiar. Bueno a mi padre, no, porque él estaba siempre trabajando. Toda la vida trabajando de camarero ¿y de qué le ha servido? A mi lo que me gusta es “coger olas”.
-Tú, lo que eres es un vago –decía mi madre. -Mira tu primo Alex. Tu tía me ha dicho que va a estudiar leyes o abogado de esos.
Mi primo Alex, mi primo Alex, siempre la están dando con Alex. Antes íbamos los dos a coger olas. Y a él también le gustaba, pero es un empollón y no hace más que estudiar. Y ahora dice que va a ser abogado.
A mi me van más las pibas y la mar. Cuando salgo con la tabla me emociono; sobre todo cuando estoy de pie sobre la cresta de una ola, es como si estuvieras en la cumbre de Erjos y avanzara, como si pudieras ir a algún sitio montado en las montañas. Porque las olas son como montañas, y el cuerpo se desliza, las piernas se curvan y eres tú el que manda sobre la ola. Dicen que en Australia hay olas de no sé cuantos metros que forman un tirabuzón y que te puedes meter dentro y salir de ellas. Si algún día tengo pasta me voy a Australia.
Un día en casa se armó una… mi padre como todas las noches, sentado en el sofá, fumando y viendo fútbol. Mi madre planchando y dándome la monserga: “Que tienes que estudiar, que mira tu primo Alex, él si que va a ser alguien en la vida, que mira a tu padre, que toda la vida de camarero”. Y mi padre como si no lo oyera, y yo haciéndome el sordo. Pero de repente, mi padre se levanta me agarra de la camisa y me manda a la habitación a estudiar. Le miro y me dan ganas de… no sé de qué porque el pobre… él no diría nada, pero como mi madre está siempre pinchando, se siente culpable y reacciona. Pero yo miro al mar y como esté bueno me largo a Punta Blanca con mis colegas. Así empezó Jupi y ahora es campeón de Europa.
Para colmo a mi primo le ha dado una beca de esas para ir a Alemania y ahora cada vez que me ve con la tabla me saluda como si le diera pena. Por mí como si se va al Congo.
Pero, mira lo que ocurrió, porque si no os lo cuento no lo vais a creer. De tanto ir a coger olas tengo unos brazos que parecen de hierro. Mira, mira que potentes ¿no? Pues en febrero, recuerdo que era febrero porque era el día de la Candelaria, estábamos en Garachico, mi piba y yo, sentados en una terraza de un bar que queda en un primer piso. Desde allí veíamos las olas rompiendo contra las rocas de la costa. Son escalofriantes. De pronto, llega una ola, salta por encima de todas las rocas y,¡joder!, como un tsunami de esos, se llevó todo: las mesas, los toldos de la piscina, las sillas, las tumbonas y hasta dos coches, que estaban mal aparcados en el paseo. Nos quedamos fríos. Durante un rato bastante largo, las olas llegaban al paseo. La verdad que no sé si eran olas que llegaban o el agua que se había quedado haciendo remolinos. Al cabo de un rato todo se calmó. Bueno, el mar seguía movido, pero las olas ya no saltaban. Y una mujer empieza a gritar y a señalar con el dedo: allí, allí… Y es que en el mar, detrás de una de las rocas se veía una cabeza y un brazo que pedía auxilio. Yo no me lo pensé dos veces, salté a la calle, me desnudé y me eché al agua. El mar estaba más fuerte de lo que parecía desde arriba. Pero una especie de fiebre me enaltecía y la corriente debió de empujarme porque en un instante ya estaba junto a la persona que pedía ayuda. Me miraba con unos ojos… Parecía mi perra. Pero de repente me doy cuenta y digo, ¡joder, pero si es Raquel! La novia de mi primo Alex. Al verme me pidió que la salvara, y lloraba; la pobre lloraba como una niña pequeña. La agarré por debajo de los brazos y no paraba de moverse, me daba manotazos, se agitaba. Así que sin pensarlo dos veces le di un tortazo y la dejé grogui. Comencé a nadar hacia la costa. La gente me hacía señales con la mano, con los brazos, pero no avanzábamos. Casi de noche. Di la vuelta y con ella a cuestas nadé hasta un roque que hay enfrente del rompeolas de Garachico. Por fin, después de nadar como un jabato, llegué y conseguimos salir del agua. Raquel ya había vuelto en sí. Estaba pelada de frío y tuve que darle un masaje en la espalda. Buscamos un agujero donde refugiarnos y nos abrazamos mucho para no tener frío.
Nunca me había fijado lo bonitos que tenía los ojos Raquel. Tenía unos ojos casi encarnados. Eran castaños, pero la parte exterior del iris en color rojo. La miraba y de repente noté que me gustaba: su piel mojada me parecía sabrosísima.
-Gracias –me dijo, -gracias por haberme salvado. –Y debió de ver algo también en mis ojos, porque me cogió la cara entre sus manos y me dio el beso más ardiente que jamás me habían dado. Y eso que estaba helada de frío.
Recé toda la noche para que no se hiciera de día. Pero cuando llegó la mañana, la mar estaba más calmada y vimos que se acercaba una barca con gente de salvamento marítimo.
En la costa todo el mundo nos aplaudía, mis padres lloraban, Alex me abrazaba con los ojos llenos de lágrimas, mi novia lloraba y decía que era de alegría y, para colmo, el Señor Alcalde de Santiago del Teide, que se había enterado de mi hazaña, vino a saludarme y me dio un abrazo.
Al domingo siguiente, el Ayuntamiento de Santiago me otorgó una medalla. Estábamos todos en la fiesta, hasta mi primo Alex, que iba vestido con traje de chaqueta cruzado azul oscuro. Todos estaban allí.
Me pusieron la medalla y el Alcalde me ofreció un puesto de socorrista en la playa de La Arena.
Estalló un aplauso muy espontáneo, y Raquel, la novia de Alex, saltó de la primera fila, me abrazó y me dio un beso, igual, igual que cuando estuvimos en las rocas. Yo respondí con el mismo celo y me olvidé del mundo: mi novia se levantó y se largó de la fiesta hecha una fiera; mi madre y su hermana, la madre de Alex, ya no se hablan; Alex tiene una depresión de caballo, y lleva meses sin estudiar; mi padre no se entera de nada; pero Raquel y yo nos fuimos a vivir juntos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Te echaba de menos.
Eva

María dijo...

No sé E, pero a mi me ha recordado un poco a nuestro Sergio esta historia. La vida da mil vueltas, el que parece que lo tiene todo clarísimo y va por el camino que todos esperan de pronto un día se hunde y nadie sabe cómo ha ocurrido y el que parece que ni sabe por dónde anda, es el que finalmente llega el premero a la meta ¿cual? ¡¡ser feliz!!

Pobre Alex :-) Yo que él, comenzaba a pillar olas...
¡¡quizá, encuentre la suya!!


Me ha encantado, tus relatos sí que enganchan y nos pillan JOAQUÍN.


Muchos más besos, para todos...

JOAKO dijo...

flojo tío, lo siento, me gustó mucho más el de la saga de mujeres...

Kim Basinguer dijo...

Está claro que el padre no se entera de nada (como la mayoria de los padres)pero se habrá dado cuenta que tambien se puede ser feliz con otras cosas.

Anónimo dijo...

JOAQUIN , JOAQUÍN TE ESTAS PASANDO CON LA FOTITO, SE TE VE EL PLUMERO.