18 de noviembre de 2010

GATEANDO





Estaba comprando un helado en la esquina Herradores, cuando un golpe seco a mi espalda atrajo mi mirada. Quedé con la lengua pegada a la bola de vainilla recién pagada, al ver un gato despanzurrado sobre la acera. Miré a lo alto del edificio por el que pasaba en ese momento, y, nada; ni los geranios del ático se movían. Sólo dos nubes veraniegas , allá en el azul madrileño.
La gente, atacada por la marcha de un día cualquiera , pasaba junto al gato; unos saltaban para no pisarlo, y otros bajaban de la acera. Fui al coche y traje una señal de peligro para evitar un disgusto.
Contemplaba al pobre bicho de cuyo final me sentía responsable ,no sé por qué, cuando volvieron a tirar una mochila pequeña y un trozo de manta de lana. Rápidamente miré a las ventanas de nuevo, pero, nada; todo quieto.
No sabía qué hacer. Si hubiera estado en Inglaterra seguro que los amigos de los animales se habrían hecho cargo del animalillo; pero en este país los gatos andan ,mas bien, escocidos.
Empujado por la perplejidad; es decir, aturdido, enrollé al gato en la manta, lo metí en la mochila y giré la vista hacia el edificio. Las nubes eran ahora negras y presagiaban tormenta. Había una puerta corredera abierta en una terraza, pero nadie salía por ella.
“Eso es que alguien”-pensé -arrastrado por el suelo se acercó a la baranda para verme sin ser visto”; y anoté: “quinto piso”.
Entré en el edificio y el portero me dijo que en el quinto B, vivía una anciana de noventa y tantos ; los dueños del A estaban en las Sechelles, y el C era de su sobrina; además él no tenía por costumbre dar explicaciones.
Salí pensando que el portero me había mentido; quizás me confundió con un terrorista, pues suelen llevar mochila, gafas y flequillo, como yo. Paseé un rato por la calle, la mochila colgada de la mano izquierda , pero separada del cuerpo. Subí y bajé por Herradores hasta que cansado me metí el bar Los Candiles. Me senté en una banqueta de madera que había alrededor de un barril , y pedí un vino.
-¿Fino?- Un camarero estirado con pinta de cantar fados pasó un trapo por la mesa.
-No, que sea tinto- le dije , por mosquearlo un poquito -y un montao de lomo, por favor.
-Lomo no tenemos, pero... jamón , queso, chorizo, aceitunas. –El camarero cogió la mochila y la colocó al pie de mi banqueta.
-Chorizo y una cuarta de vino. -Con el pie coloqué la mochila para que no la pisase el hombre.
Las paredes del bar estaban decoradas con motivos taurinos, cuadros y carteles de corridas ,toreros con orejas y rabos dando la vuelta al ruedo, fotos sucias y amarillas que se enrollaban de viejas. Manolete con un mechón sobre el ojo y Belmonte. Sobre mi cabeza ,una cabeza de toro con ojos grandes y turbios. Y un cartelito :Mandarín ,40 arrobas.
Miré a la mochila , engullí el chorizo y de un trago y el tinto. El pelo se me agitó con un golpe de aire fresco de un ventilador de techo. Cogí el felino del suelo y sin demora me largué a la policía a denunciar el hecho: alguien me había tirado aquel gato. No sé por qué, pero me lo habían tirado. Y encima el portero pensaba que yo era un terrorista.
Subí la calle Espinosa , tiré por la escalerilla que da a la Plaza José Mantueco y entré en la policía. El guardia de la puerta ni me miró , saludé al del mostrador y tampoco. Pero me coloqué frente a él y tosí un par de veces. Cuando terminó de pasar las multas al libro, -eso me dijo - se levantó.
Era altísimo: las piernas , dos canillas de más de un metro que sostenían un cuerpo pequeño, vestido de sargento. Carraspeó, y me preguntó qué quería.
-Verá- tuve que mirar hacia arriba para poderle verle la cara- me trae aquí un asunto...inusual
-¿Inusual?¿No sabe, caballero, que lo inusual es lo común en las comisarías?
La verdad que no había pensado en eso- Es que esta tarde, en la calle Herradores , 20, alguien me arrojó un gato a la cabeza. Afortunadamente no me golpeó- Le mostré la mochila .
-¿Tiene usted la certeza de que el gato le fue arrojado con intención?¿conoce usted a alguien en el inmueble, alguien de quien sospeche?
-No, que va, pero alguien me lo tiró ¡vamos digo yo!
-El gato pudo caerse o incluso suicidarse. ¿No se suicidan las ballenas?.
-Señor policía, un gato no es una ballena; los gatos no se caen. Yo ya he pensado en eso- Parecía un sargento ilustrado.
-Cierto ,cierto , admitamos que no se cayó. -Señalaba al techo con el índice.
- ¿Está permitido tirar objetos a la calle?- interrumpí , para llevar el toro a mi terreno.
-¡Oh, qué país!¿ cómo puede alguien tener el coraje de arrojar un gato al vacío? Claro que un gato no es un objeto y tendríamos dificultad para poder sancionar a alguien bajo el artículo 223 de las ordenanzas municipales; porque en puridad un gato no es un objeto y no recuerdo ningún artículo que hable de arrojar animales a la calle.
Me puso la mano en el hombro y me preguntó:¿Le gustan a usted los callos?
Miré a lo alto, buscándole los ojos y dije que sí sin pensarlo mucho.
-Pues siéntese y vamos a comernos unos callos que me trajo mi señora. Si sigo divagando sobre su gato ,se me van a quedar fríos.
De un cuartito , en un extremo del mostrador ,sacó unos platos , cubiertos y una tartera.
-Esto como está bueno es con tinto, pero como estoy de servicio...
Untó un trozo de pan en la salsa y poniéndomelo en los labios, dijo:
-Abra, abra la boca y coma esto que es lo mejor de los callos.
Al abrirla se me escapó la baba.
-Ve usté. Si es que lo mejor es la salsa. ¡Los callos, a la madrileña! ¿Ha comido usted callos a la mode de Caën? es como los comen en Francia: una mariconada.
Terminada la merienda , se echó para atrás en la silla .Cruzó las piernas, que parecían los palos de una portería, y a la vez que se tocaba la barriga, hacía oscilar la cabeza como si cavilara.
-¿Sabe lo que le digo?, que lo mejor que puede hacer usté con ese gato ,es llevarlo al cementerio del hospital la Princesa. Yo llamaré. Trabajé allí de guardia jurado y conozco mucho al enterrador ¿Sabía que en todos los grandes hospitales hay cementerios para enterrar los miembros amputados? Bueno, hoy están cerrando muchos porque los terrenos en la ciudad valen muy caros, incluso con la crisis. Pero el hospital la Princesa es muy conservador y sigue enterrando las amputaciones; ya sabe, piernas y brazos y riñones . El cementerio es una monada: un jardín en un ala del edificio al que se accede por un pasadizo; así los enfermos no ven los enterramientos, pues aunque son entierros de menor cuantía ,siempre afecta.
Se quedó de nuevo pensativo escarbándose los dientes con la uña. Aclaró la garganta y me sopló al oído:
-¿Sabía usté que ahora existen frigoríficos en casi todos los hospitales ,donde, si alguien lo desea , le guardan los miembros amputados hasta que llegue la hora. La final, usté ya entiende. No me mire con esos ojos; esto es así de cierto- cruzó los dedos - claro que sólo gente de mucho dinero ...
-Claro, claro- miré la mochila ,casi olvidada.
-Es que si fuera barato ,figúrese usté la de miembros superiores e inferiores esperando la resurrección de la carne.
Y continuó:
-Recuerdo los marqueses de Cuevas Luengas; trabajé con ellos como guardaespaldas; sufrieron un atentado en la fiesta de Montejurra. Ella perdió las dos piernas ¡Pobre doña Casilda! era una mujer bandera, y encima, con dinero. Hubo que amputárselas desde el muslo.¡Zas! –se pasó el filo de la mano por la ingle- El pobre marqués envió aquellas piernas, que tantos gozos le habían dado , al frigorífico de una clínica de Pamplona. La marquesa, en silla de ruedas, entre oporto y cigarrillos , recorrió hasta el aburrimiento las estancias de palacio durante todos los años que sobrevivió al atentado. Cuando murió, el señor marqués hizo que le trajeran las piernas de su difunta. Estaban intactas. Rectas, bien torneadas. Las embalsamó, las enfundó en medias de cristal, y con unos zapatos Gilda, las metió en el féretro, donde yacía la marquesa , ahora , gorda y muchísimo más vieja. Cerró la habitación del velatorio y pasó su última noche con ella.
El sargento estiró las piernas , sacó un bolígrafo y una libreta de la guerrera y me espetó:
-Hala, tome esta nota y váyase al Hospital La Princesa a enterrar el gato; yo tengo mucho trabajo.

4 comentarios:

María dijo...

¿Sabes que ya te echaba de menos JOAQUÍN?:-)

Tu historia me ha recordado las pelis de BERLANGA, si el pobre estuviera vivo, podías mandarle esta estupenda historia que seguro que hacía con ella una peli fantástica :))

¡¡Oye y vaya caracterización te has marcado en esta historia!! jajaja ¡¡con flequillo!! :-)

Muy buena, como siempre son tus historias.


Un beso grande Joaquín y rebienvenido


PD
Si no te importa voy a enlazarle tu entrada a un amigo que al que le encantan los gatos y los perros, si tienes curiosidad te digo quien es, fíjate se llama HUELLADEPERRRO :-) un tío increíble, no sabes lo que hace por ellos, si le llevas a tu gato seguro que le construye su pequeño mausoleo jajaja ¡¡un día me matará, te lo digo yo!! bueno, yo creo que le va a gustar tu historia y además este finde me he quedado sola y llueve a cántaros así que te llevo de paseo a su casa:-)

José Antonio dijo...

Qué aventura. Yo alguna vez tuve un gato, un siamés, que decidió irse de casa.

Saludos.

María dijo...

Pero JOaquiiiiiiiiiiiiiiin ¿te comió la lengua un gato? :-)


Besooos, mientras resucitas.

JOAKO dijo...

Excelente historia, si la coge azcona te hace una película de los cincuenta que no se la salta un gitano.En tu papel yo pondría a un joven Toni Leblanc , y en el del policia a FernandoFernán Gómez, y en el del portero a Pepe Isbert, el camarero sería Luis Ciges.
¡Excelente!