2 de junio de 2011

ABDUCIDOS


Desde la Virgen de agosto los termómetros marcaban cuarenta grados. Con este calor la cuesta desde la plaza al portal de su casa se hacía interminable. Sergio sentía opresión en el pecho y el polvo en suspensión desataba el pitido de la alergia. Subía la cuesta sin mirar al cielo donde nubarrones de insectos desaparecían confundidos con la calina. Se apoyó en la verja de la entrada para recobrar aliento, el sudor le corría por la cara y por el tórax y buscó el llavín en el bolsillo. El césped amarilleaba y en un rincón un rosal reseco mostraba una flor superviviete.
Entró en la casa y se dejó caer sobre el sofá. El ventilador del techo giraba en la máxima velocidad, se quitó la camisa y dejó que el aire le refrescara. La televisión mostraba imágenes de la plaga de minilangosta africana que se extendía por el archipiélago.
Laura entró en casa, dejó en el suelo las bolsas de la compra y con un trapo intentaba dar caza a varias langostas que se habían colado en la vivienda, y se quitó la blusa rosa de viscosilla.
-Ay, amor, de esta nos derretimos. -Cogió las bolsas del suelo y se precipitó a la cocina .-Voy a hacer el almuerzo antes que corten el agua.
La televisión se calló y las aspas del ventilador dejaron de girar. Sergio sintió que la falta de aire le oprimía los pulmones. El pitido comenzaba de nuevo. Reclinó la cabeza sobre un brazo del sofá y extendió los pies sobre la mesita de centro. Las piernas le pesaban como sacos de arena. Se le habían dormido. Se las frotó con fuerza. La falta de suministro eléctrico trajo un silencio que invitaba al sueño. Se adormiló.
Laura le trajo una taza de café y le puso varias cucharillas de azúcar . Sus uñas largas, pintadas de rosa, destacaban sobre la loza blanca.
- Toma, mi amor, que el aroma del café revive y la empina -la carcajada dejó ver la dentadura.
Sergio cogió la tacita y acarició la nalga de Laura. Laura agradeció el esfuerzo.
En el único supermercado del pueblo, una tienda destartalada donde vendían de todo, Fabián había traído una partida de ventiladores baratos que compró todo el mundo, y varios aparatos de aire acondicionado que funcionaban con agua.
- De qué vale tanto aparato si no tenemos corriente.-Laura se abanicaba.
- Abre la ventana -suplicaba Sergio entre pitidos de asma.
-Mi amor, no es posible; si abro, esto se llenará de langostas. Margarita y su marido están igual. Parece un gripe, nadie se salva. Toma la radio. Gracias a dios, aun tenemos pilas.
Sergio notaba que cada vez tenía más dificultad para moverse, sentado frente al televisor esperaba las imágenes como un búho al acecho. Necesitaba las imágenes para vivir. El sudor le resbalaba del cuello al vientre; y movía las piernas con ayuda de los brazos.
-Sabes, mi amor, Armando y Lucio están como tú. No pueden moverse .Con lo dinámico que es Lucio y creo que está en la hamaca todo el día; se la pasa zapeando de la Belén Esteban a “Supervivientes”.
Las langostas se chocaban contra los vidrios de la ventana como locas.
-Mi amor, míralo allí en el espejo. – Se removían unas sobre otras como en un sueño daliniano.
Pero Sergio sólo podía ver el televisor que en aquel momento estaba encendido. En la pantalla un grupo de señoras aplaudía. ”Y ahora vamos a publicidad” dijo el conductor del programa. Y Sergio sintió un alivio en los pies y comenzó a respirar como si le hubieran inyectado un “antiestamínico” en vena.
Pero cuando al cabo de unos minutos se cortó la luz de nuevo, el sueño y la pesadez aparecieron. Laura presionó un botón de la radio, porque las noticias de la cinco le calmaban la desazón.
Sergio dormitaba, las imágenes acudían confusas en el duermevela. Se durmió definitivamente mientras acudía a una manifestación de independentistas en Timor. La dirigente de una ONG en Burkina Faso hablaba y Sergio recorría la sabana deteniéndose en poblados a los que llevaban gafas para solucionar los problemas de vista cansada del hechicero.
Aunque no había agua, Laura quiso refrescar a Sergio .Vertió una botella de agua mineral en una palangana, lo desnudó como pudo y lo lavó con una toallita mojada. Entre los dedos se le quedaban trocitos blancos de piel, que al tacto le parecían granitos de arena, Lo colocó sobre el sofá y notó que tenía una rigidez de difunto. Telefoneó al médico, y le dijo que era una plaga que se curaba viendo la televisión, pero que a su vez pensaban que las ondas hertzianas podrían ser responsables.
Fernando el dueño de la ferretería estaba igual, el de la tienda de bolsos y el portero de seguridad social tenían los mismos síntomas. Y el portero del cine, el otro día se quedó rígido durante la película de “Rosas Mary’s baby” y tuvieron que llevarlo a casa envuelto en un rollo de papel de estraza.
Pasados unos días Sergio se quedó como una vela frente al televisor apagado y, como cortaron la corriente a causa de unos incendios cercanos, cayó en aquella especie de coma.
Laura cubrió a Sergio con una sábana de hilo y observó que los callos de los pies estaban duros y fríos como el alabastro. El resto del cuerpo, de piedra caliza.
Tenía momentos lúcidos y podía ver cuanto acontecía a su alrededor, pero no podía comunicarse en absoluto. Desposeído de movimiento, veía a Laura desesperada que le palpaba y le ponía la mano en el corazón a la espera de detectar un hálito de vida. Ahora Sergio era un voyeur. Sólo veía lo que tenía delante, que la mayor parte del día era el televisor apagado
Pasada la primera semana de inmovilidad total, Laura buscó ayuda en las autoridades, que sobrepasadas por el acontecimiento se desentendían del asunto; un número, aun no determinado, pero muy alto, de ciudadanos y ciudadanas habían quedado inmovilizados. Quiso obtener un certificado de defunción, pero el aspecto de la estatua en que se habían convertido era tan veraz, tan vivo y expresivo que los forenses dudaban en aconsejar la sepultura de aquellos difuntos vivos.
Laura, con gran dolor de corazón, metió a Sergio en un cuarto vacío y le colocó un edredón sobre la cabeza para preservarlo del polvo. Durante varios meses entraba con frecuencia en el cuarto y le colocaba flores. El la veía y se lo agradecía íntimamente. Pero pasó el tiempo y Sergio sólo oía el ruido del silencio .Pensaba que con toda seguridad estaba muerto.
Un día una sobrina de Laura lo cogió y con la ayuda de otras personas lo colocaron en un rincón del salón. Alguien comentó que lo mejor para esta nueva especie de humanos abducidos era dejarlos frente al televisor como las momias de los faraones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo nunca veo películas de miedo, así que te puedes imaginar el miedo que me da una historia tan realista...

Eva