12 de julio de 2011

La Pueyos







Mi madre decía: “A tu padre lo perdió el juego”.
Cuando pasaron los años , después de que un infarto se lo llevara al otro mundo yo me di cuenta de que él no fue ni bebedor, ni peleón , ni mujeriego. Su única debilidad, como decía mi madre, era que salía de casa a echar la partida y se jugaba en el bar hasta la última perra.
En los años de la posguerra los casinos de los pueblos no eran casinos de juego.
- ¿Manolo, también esta noche vas a salir?- mi madre recogía la mesa y mientras llevaba los platos a la cocina mi padre ya estaba dispuesto para largarse.
- Acuéstate que yo llego enseguida.- le gritaba desde la puerta.
- ¡Ay, señor! Otro día hasta la madrugada.
La mayoría de la gente pasamos un tercio de nuestras vidas durmiendo; mi padre debió pasar gran parte de la suya entre el humo de los cigarros de picadura y el olor del “Soberano” en los reservados de un bar o del casino del pueblo.
De casi todo me enteré cuando pasó el tiempo. Porque de pequeño las cosas te dan pena o te dan risa, pero no se entienden.
Una tarde, doña Lucía, una viuda enlutada, de cabello y tez de magnolia, se acercó a mi madre, la tomó por el brazo y con la seriedad que requería el comentario, le dijo, al oído:
- Ayer, en el bar El Siglo XX, tu marido perdió quince mil pesetas. Le ganó Rufino.
Yo, que estaba jugando con un camión de madera debajo de la mesa, oí a mi madre exclamar:
- Por dios, mejor, no me lo diga..
- Tómatelo con resignación, Alicia.
Mi madre se restregó los ojos y dijo que la vida era un infierno.

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La Pueyos era una mujer chata y gorda que tenía horror a las tormentas. Un trece de agosto , después de comer, el cielo se puso negro. La Pueyos cogió a la cría de la mano y se fue a casa de la vecina.
Cayó un rayo en el campanario de San Francisco, y la centella entró en su casa, destrozó las tres sillas que tenía, la mesa, la loza que le acababa de regalar su marido y partió en dos, como con un hachazo, la puerta del dormitorio.
Un día más tarde, sin enterarse de lo de la centella, su marido , camionero de oficio, se mató en un accidente.
Colocaron el ataúd a la entrada de la casa y con una tabla y clavos sujetaron la puerta del dormitorio para poder cerrarla. La Pueyos lloró tanto que durante años le quedó un suspiro de dolor : ay dios mío.
Para sacar los críos adelante, cuatro, trabajó de limpiadora, que era lo único que podía hacer una viuda sin posibles. Su madre, seca como una correa, con pelillos en la barba, y nervios de arriba abajo, le cuidó la prole.

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Al poco de nacer yo, a mi madre se le retiró la leche. En la posguerra no había leche en polvo, así que me buscaron una ama de leche.
La Pueyos, acababa de tener un hijo de soltera. A mi madre le dijeron que no se fiara , pero el doctor Luis Angel le dijo que era honrada y muy limpia. Mi madre no se lo pensó dos veces, la trajo a casa y desde el primer día yo perdí mi ayuno.
- A la Pueyos la tienes que querer como a tu segunda madre- Me decía a mi madre verdadera.
No era necesario, La Pueyos me quiso desde la primera teta. Se quedaba en casa. Aprendió a cocinar con mi madre, a coser, a hacer calceta y a preparar conservas. En vacaciones íbamos de vacaciones al norte. Y para la Pueyos la señora Alicia era toda una señora y su marido un caballero..
Cuando cumplí los siete años, la Pueyos se casó con un hombre delgado, de ojos rasgados y boca grande : un camionero que vino de sur a trabajar.
Los años que pasó con él, pocos , hasta que el rayo entró en la casa, fueron sus únicos años buenos: cambiaron el pavimento de la casa, pusieron un vater en el patio e hicieron un corral nuevo para las gallinas. En la cocina levantaron un poyo corrido para la cocinilla nueva y el fregadero. Compraron una cama grande y un armario con espejo.
Por eso cuando murió su marido fue como un viaje a un lugar muy conocido.
- Y es que algunos no quiere Dios que salgamos de pobres. Ni aun que tengamos cuatro críos.- Uno, que ya tenía y tres más del matrimonio.
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-Manolo , así no podemos seguir .Yo necesito una seguridad. Hace más de un mes que no me das dinero – Oí a mis padres pelear furiosos dentro del cuarto.
-¡Joder! Ten paciencia , que hoy no puedo ¿Os ha faltao algo, alguna vez?- Mi padre usaba la segunda persona del plural convencido de que la familia era su responsabilidad. Pero ya nadie le creía.
Mi hermana y yo desde nuestra habitación oíamos llorar a mi madre , y a mi padre, que gritaba: “Me cago en la mujer de dios, que más cojones quieres” - Y cuando él callaba , se oía una llantina como de niña pequeña que apagaban nuevos gritos.
A veces , mi madre se ponía derecha y le hacía frente :
- Manolo , por dios, ya debemos tres meses de colegio de los chicos. Me da vergüenza. Yo ni salgo, porque no tengo que ponerme. Hace más de seis años que tengo los mismos vestidos. Y del abrigo, ni hablemos. El mejor día, cojo y me largo.
- - Vete, vete , que por ahí atan los perros con longaniza. Qué tonta que eres.

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Cuando mi madre fue a Bilbao un invierno a cuidar de mi abuela enferma, ya nos habían cortado el teléfono por impago. Y hasta para comprar sellos teníamos problemas.
- A la mamá le diremos que estamos muy bien, que no se entere de que casi no nos da dinero.-decía mi hermana mayor, que demostró aquel invierno unas dotes para el ahorro que hasta sorprendieron a mi mismo padre. Y también ella nos decía a mi otra hermana y a mi, que lo peor de nuestro padre es que era un irresponsable.
Aquel invierno mientras mi madre estaba fuera, entre mi padre y un vecino se llevaron los muebles más lujosos, la máquina de coser, la radio y la nevera. Todo lo que pudieron , para que cuando vinieran del juzgado a embargarlos no encontraran nada que valiera la pena..
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- Mira, vete a casa de la Pueyos que te dará algo para mí.- me dijo mi padre dándome un golpecito en el cogote: “ve rápido que te espero” –miré hacia atrás y vi como se prendía el pitillo.
La Pueyos al abrir la puerta me abrazó fuerte y me besó.
- Estás hecho un hombre. Ya tienes quince añicos ¿eh? Siéntate y come algo. ¿Sabes? Ángel ya trabaja.- Ángel era su hijo mayor, mi hermano de leche
Los hijos más pequeños jugaban por el patio y subieron a verme.
- Venga, iros abajo que no dejáis comer al chico.- La Pueyos me servía la comida y retiraba los platos, arrastrando su gordura de la mesa y a la cocinilla.
- Espera un poco; ahora mismo vengo -Aun iba de luto riguroso por su marido. Subió una escalera estrecha y cuando bajó llevaba un sobre en su mano de piel ajada de tanto limpiar baldosas.-Toma; no lo pierdas que hay dinero dentro. Y dile a tu padre, que te ha dicho la Pueyos que no se apure por devolverlo.
Yo la miré con el sobre de dinero entre mis dedos sin saber muy bien en que bolsillo meterlo. Y ella siguió:
-Que a tu padre lo ha perdido el juego, pero no es ni borracho, ni mujeriego. – Me abrazó otra vez y con voz cortada añadió: “Algunos nunca tenemos suerte , hijo mío”.

5 comentarios:

María dijo...

Hasta esta última...

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Lo tenía todo controlado y de pronto... ¡¡zaaasss!!
¡¡ya me has vuelto a dejar con cara de boba JOAQUÍN!! :-)

O sea...¿ que la Pueyos, era algo más que ama de cría en tu casa? :-) O sea que además de jugador tu padre sí que era... jajaja....

Te lo acabo de decir en mi blog Joaquín, es impresionante la cabeza que tienes... hubo un tiempo en el que cuando te leía historias de este tipo, así tan bien escritas, como que describes lo visto, vivido y recordado, suponía que todo era cierto... ahora siempre me queda la duda...pero tanto si es autobiográfico, como invención pura y dura... merecería ser escrito en papel... es demasiado bueno y te lo digo muy en serio.


Un beso grande y otro para L

Anónimo dijo...

holA JOAQUÍN, soy roberto. muy bueno lo del padre en el casino y lo de La Pueyos y la ama de tetas.

Anónimo dijo...

Eva dijo...

Demasiado bien escrito, !UF¡ me identifico con el hijo, la madre, la Pueyos, en lo de los sablazos, hasta con el padre.
Mierda vida.

Eva

kim Basinguer dijo...

jajajaja...muy bueno.

Myriam dijo...

Triste historia,

como la vida misma.